miércoles, 17 de junio de 2020

Samuráis de Suruga (XV): secretos, versos y cerezos

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He aquí un nuevo episodio de la saga Samuráis de Suruga, relatado por el cronista oficial de la casa. Esta es la primera parte de un escenario que incluyó mucha intriga, poesía y muerte. Ah, y ninjas, claro. Si quieres refrescar lo que ocurrió en el episodio anterior, sigue este enlace. Sin más, dejo que el cronista inicie su relato.



Dos largos años de tensa y relativa paz habían transcurrido. Los samuráis de la familia Kuroki, aún atormentados por los recuerdos de fuego y sangre, se habían centrado en ver cultivar sus campos y cuidar de sus hogares junto a sus recién formadas familias. Los campesinos de sus nuevas tierras habían arado los campos de arroz y habían construido molinos, establos y todo lo necesario para prosperar. No faltaron tampoco las incursiones relámpago en tierras ishizaki para robar ganado, sacos de arroz o simplemente para recordarles quiénes eran sus nuevos vecinos.

El ejército de Hosokawa permanecía alerta, pero la mayoría de los habitantes de su mitad de Suruga parecía haber dejado atrás las preocupaciones a medida que avanzaba la primavera. Aunque la tensión entre el señor Hosokawa y las tropas de Ishizaki al este todavía se mantenía viva, ninguno de los dos parecía tener las fuerzas necesarias para iniciar una ofensiva a gran escala. Corría el rumor de que ambos iban a reunirse pronto en la corte del señor Onoue, en la provincia de Shinano, al norte, para hablar de una posible tregua.

Cuando los cerezos empezaban a florecer, en la mansión de cada uno de los protagonistas se presentó un emisario. Portaba un mensaje de Hosokawa en el que los citaba en su fortaleza. Sin perder el tiempo, hicieron los preparativos necesarios y los cuatro samuráis partieron a caballo seguidos de algunos sirvientes a pie. Al llegar a Shimada, fueron conducidos a la sala de audiencias, donde se sucedieron los tradicionales formalismos de cortesía. Hosokawa les dio la bienvenida y los samuráis se interesaron por el estado de salud de su señor, el pequeño heredero de Tadano. Hosokawa hizo llamar a la sirvienta a quien habían encargado cuidar de él como si fuera su madre, una treta ideada por Okura para despistar a posibles asesinos. Al reunirse de nuevo con el bebé, pudieron comprobar con sus propios ojos que su señor estaba sano y feliz. Luego, Hosokawa despidió a todos los sirvientes de la sala.

—Bien, señores Kuroki y señor Arakaki. Espero que vuestras nuevas tierras alrededor de Shizuoka hayan sido de provecho hasta ahora.
—Así es, mi señor —respondió Okura postrándose—. Le damos las gracias una vez más por habernos concedido esos territorios. Hemos puesto todo nuestro empeño para hacer de ellos terrenos fructíferos con los que devolverle el honor.
—Bien, me alegra oír que os va bien. Aunque supongo que habréis notado que últimamente los inviernos han sido duros.
—Pues... tiene razón, señor —le respondió Okura tras hacer memoria. El primer invierno en sus nuevas tierras había nevado durante varios días aunque sin consecuencias aparentes. El segundo había dejado un centímetro de nieve cuajada que se deshacía a los pocos días con el sol. No era raro que nevara en Suruga. La proximidad con el monte Fuji hacía que tuvieran un clima más temperado que en otras provincias.
—Según los informes de otras provincias cercanas, solo en la nuestra hemos tenido este mal tiempo dos años seguidos. Espero que el próximo no tengamos la misma mala suerte...
—Seguro que sí, señor, no se preocupe. Nuestras tierras han sido fértiles y hemos tenido una buena cosecha. Podríamos proporcionarle grano si fuera necesario —le aseguró Okura.
—No, no, de momento estamos bien, gracias por preocuparte. Si el siguiente invierno seguimos así, puede que considere tu oferta, Kuroki Okura. Pero no es por eso por lo que os he llamado—. Los tres Kuroki y Kawazu tensaron sus espaldas al oír aquello, y Hosokawa carraspeo antes de proseguir—. Os informo de que he estado en contacto con el daimio de la provincia de Shinano, al norte de aquí. Su provincia es grande y rica. Podría ser un buen aliado. No es por desmerecer tus esfuerzos, Okura, pero cuantos más aliados, mejor —dijo Hosokawa tratando no de quitar peso a los esfuerzos de su súbdito por llegar a un acuerdo con la provincia del oeste (ver capítulo anterior)—. El señor Onoue, como parte neutral, se ha ofrecido a mediar una tregua entre nosotros y el señor Ishizaki, así que en dos semanas enviaremos una comitiva a su corte. Sin embargo, mientras duren las negociaciones intentaremos convencer a Onoue de que se alíe con nosotros. Por desgracia, es posible que la comitiva que envíe Ishizaki intente lo mismo. De hecho, puede que la oferta de mediación de Onoue sea solo un pretexto para poder determinar cuál de las dos provincias es la más idónea para una alianza —Hosokawa hizo una pausa para evaluar la reacción de los cuatro samuráis y después prosiguió.

»Para garantizar la seguridad de nuestra comitiva, la semana que viene vendrá la esposa del señor Onoue a visitarnos y permanecerá en Shimada mientras duren las negociaciones en el norte. Vuestra misión será escoltar a la dama Ikeda Shinobu, que formará parte de nuestra comitiva. Deberéis protegerla con vuestro honor y vuestras vidas. El éxito de esta reunión puede tener una influencia decisiva en el futuro de nuestra provincia. ¿Entendido?
—¡Sí, mi señor! —respondieron al unísono los cuatro convocados mientras se postraban.
—Muy bien, tendréis a vuestras órdenes a diez de mis hombres. Y ahora, mis sirvientes os acompañarán a las estancias de la dama Ikeda Shinobu para que podáis presentaros.

Durante el trayecto por los pasillos de la fortaleza, los sirvientes y los cuatro samuráis se toparon de bruces con la esposa de Hosokawa, la dama Miyoko, y su séquito. Los guardias de esta les obligaron a apartarse de su camino para dejar paso a su señora. Al pasar, la dama los saludó con una leve inclinación de la cabeza.

Finalmente, los tres Kuroki y Kawazu llegaron a la estancia donde les esperaba la dama Ikeda Shinobu y sus dos damas de compañía. Los cuatro samuráis se quedaron atónitos. La belleza de aquella joven muchacha los hizo ruborizar visiblemente, y Togama, más sorprendido que el resto, apenas logró pronunciar palabra cuando la saludaron haciendo una reverencia tras sentarse de rodillas.


—Es todo un honor conocerles, señores Kuroki y señor Arakaki —dijo la joven dama haciendo una profunda reverencia—. El señor Hosokawa me ha informado de que serán ustedes mis escoltas en el viaje a la provincia de Shinano.
—El honor... El honor es nuestro —repuso Okura, algo azorado ante la belleza de la chica. Tenía los labios más perfectos que había visto nunca en su vida. Mientras, Togama seguía con la mirada dirigida al suelo por miedo a hacer más evidente su rubor. En su mente solo veía aquellos ojos de inmensa dulzura.
—Mi señor también me ha contado que ustedes participaron en la guerra contra Ishizaki y que decidieron seguir siendo vasallos del joven señor Tadano pese a muchas dificultades. Permítanme expresarles humildemente mi admiración por su inquebrantable lealtad.
—La muerte es ligera como una pluma, pero el deber es pesado como una montaña —respondió Okura. Sin saber muy bien por qué, le pareció que sus palabras eran las más torpes que podría haber elegido.
—Si no les resulta aburrido o incómodo, ¿tal vez podrían relatarme cuál fue su experiencia en la guerra?

Okura miró al resto antes de decidirse a hablar. Luego carraspeó y reunió fuerzas para iniciar el relato, pues temía que le flaqueara la voz. Haciendo un gran esfuerzo, logró mantener la educación necesaria para no mirarla directamente a los ojos más de unos instantes. Así, le contó a la dama cómo habían combatido frente al castillo de Numazu, cómo habían luchado en el asedio, cómo habían huido con el heredero en brazos y cómo habían recorrido la provincia, esquivando las patrullas ishizaki, hasta llegar a la fortaleza del señor Hosokawa. Finalmente, concluyó con la reconquista de Shizuoka. La joven escuchó atentamente, abriendo los ojos de sorpresa al oír cada una de las hazañas y penalidades que habían tenido que soportar durante el viaje. Pareció impresionarle especialmente la decisión que habían tomado de dirigirse primero a la aldea en las montañas para buscar a la esposa e hijo de Okura.

—Sus aventuras me dejan sin palabras. Sin duda son ustedes los samuráis más valientes con los que podría contar —confesó la dama Shinobu—. Les ruego que me disculpen por las molestias que les pueda causar tener que proteger una vida tan insignificante como la mía.

Excepto Kawazu, los samuráis se apresuraron a asegurarle que no sería molestia alguna y acto seguido se quedaron de nuevo callados mirando al suelo, avergonzados al percatarse de que habían hablado todos de golpe. Las dos damas de compañía de Ikeda Shinobu intercambiaron miradas de complicidad.

—Son ustedes muy amables —añadió Shinobu enseguida con una sonrisa que les derritió a todos el corazón. Solo Kawazu mantenía el rostro perfectamente serio e imperturbable—. Sería un gran honor contar con su presencia en el hanami que celebrará el señor Hosokawa dentro de tres días en la arboleda junto al río, siempre que sus deberes no se lo impidan, por supuesto.

Los samuráis le prometieron acudir a la contemplación de los cerezos en flor y se despidieron de la dama hasta entonces. Al salir de la estancia, los cuatro intercambiaron miradas, sin decir nada. No hacía falta.

Dos días más tarde, los Kuroki y Kawazu volvieron a la fortaleza de Shimada, un día antes del hanami. Nada más llegar, vieron una gran agitación. Morozumi, el chambelán del señor Hosokawa, les recibió y les informó de que el hanami iba a tener un invitado de honor algo inesperado. El primogénito del daimio de la provincia de Shinano, el joven Onoue Harunobu, estaba de camino para preparar el posterior encuentro de las comitivas en las tierras de su padre.

Los sirvientes iban de un lado a otro preparando habitaciones, aprovisionando toda la comida necesaria para los banquetes y limpiándolo todo de arriba a abajo. La fortaleza debía quedar impoluta para causar una buena impresión a su invitado. Las damas de compañía no dejaban de cuchichear por todos los rincones sobre lo guapo que sería y si sería rico. Todas deseaban convertirse en la posible futura esposa de Onoue Harunobu. Al fin, llegó el hijo del señor Onoue junto a su séquito. Se llevaron a cabo las formalidades típicas de intercambio de regalos y ceremonias protocolarias. Después de un cuantioso banquete, una demostración ostentosa de la riqueza de Hosokawa, todo el mundo se retiró a sus aposentos, pensando ya en el festival del día siguiente.

***

—Dama Shinobu, gracias por acudir. Esta será una buena oportunidad para progresar en tu misión. No debes desaprovecharla. ¿Crees que serás capaz?
—Sí, mi señor. Nunca olvido la inmensa generosidad que demostrasteis por mi familia y sabéis que es un gran alivio disponer de cualquier oportunidad de compensaros.
—Bien. Quiero que le dejes caer a Onoue Harunobu que mis tropas están realizando movimientos fuera de las fronteras de Suruga. Que crea que tenemos un gran ejército moviéndose en territorio ajeno. Dejo los detalles a tu discreción.
—Así se hará, mi señor.



A la mañana siguiente, en la fortaleza se respiraba el buen humor. La floración de los cerezos estaba en su pleno apogeo y la arboleda tras la fortaleza de Hosokawa era una alfombra de motas rosadas. Además, brillaba un sol espléndido que avivaba aun más el estallido de colores de la primavera. Los sirvientes de Hosokawa habían dispuesto todo tipo de esterillas para que los invitados pudieran sentarse y gozar de las bellas vistas de los cerezos floridos. Los Kuroki y compañía se presentaron ante la dama Shinobu, que había acudido con Nao y Miyo, sus inseparables damas de compañía. Shinobu vestía un quimono azul estampado con bellos motivos florales y colores vivos, pero con predominio del blanco en la parte superior que la hacía destacar en medio de los cerezos como si fuera una colorida flor en medio de un campo. Sin duda, el vestido había sido hecho para la ocasión. Aunque la misión de los Kuroki estaba prevista para dos semanas más adelante, los samuráis se mantenían alerta para protegerla discretamente de la comitiva sorpresa. Se sentaron todos en círculo en una de las esterillas.

Harunobu hizo acto de presencia poco después, vestido con un lujoso yukata amarillo y rodeado de un cuantioso grupo de damas, samuráis y una fila de sirvientes tras ellos. Aunque eran muchos y muchas las que llamaban la atención de Harunobu para que se sentara con ellos, este hacía caso ajeno a los ruegos. Parecía estar buscando a alguien con la mirada. Mientras, una de sus jóvenes sirvientas se apresuraba a ofrecer educadas excusas a todos los grupos de invitados a quien Harunobu hacía caso omiso.


Finalmente el joven samurái se decidió y fue con paso decidido y una amable sonrisa a sentarse con uno de los grupos, acompañado solo de su sirvienta. Casualmente o no, Harunobu pidió permiso para sentarse con el grupo donde estaban los cuatro samuráis y la dama Shinobu con sus damas.

—Saludos, bella dama. He visto una delicada flor bajo los cerezos y no he podido evitar acercarme para contemplarla mejor —dijo a la vez que hacía una profunda reverencia—. ¿Me permitirían el honor de unirme a su grupo para contemplar los cerezos?

La dama Shinobu se cubrió el rostro con la manga para evitar que la vieran ruborizarse ante el cumplido, tras lo cual accedió con un susurro.

Harunobu tomó asiento a su lado, seguido de su sonriente sirvienta Kono, y solo entonces se dignó a reconocer a los demás integrantes del círculo.

—Oh, espero que puedan disculpar mis terribles modales, no me he presentado. Soy Onoue Harunobu, un placer conocerlos —saludó con una leve inclinación, muy lejos de la suntuosidad de la anterior salutación.
—Encantado de conoceros, señor Onoue. Me llamo Kuroki Okura y este es mi hermano, Kyosuke; mi primo, Togama y el señor Arakaki, un aliado de la familia.
—Mucho gusto. Y, por curiosidad, ¿qué hacen tantos samuráis junto a tan bella dama? —preguntó Harunobu, lanzando una fugaz mirada a Shinobu. Realmente no había nada de raro en el grupo. Okura podía muy bien ser el esposo de la dama Shinobu y los demás ser sus subalternos, pero Okura captó en la pregunta de Harunobu un atisbo de incordio.
—Hemos sido asignados como sus escolta para acompañarla en su viaje al norte, señor Onoue —respondió Okura.
—Oh vaya, ¿y eso? Bueno, es normal que se quiera proteger a tan delicada flor. Si son sus guardianes, me imagino que tendrán experiencia en el campo de batalla, ¿no es así? Imagino que el señor Hosokawa no habrá puesto a unos don nadie a proteger a la encarnación de la primavera.
—Bueno, algo de experiencia tenemos, como todo el mundo. En estos tiempos que corren, es difícil no verse involucrado en algún conflicto que otro —respondió Okura con discreción.
—Claro, claro, tiene toda la razón del mundo. Si empezáramos a contarnos historias de batallas, seguro que nos estaríamos todo el día —dijo el joven Onoue en tono altivo y sacando pecho—. Y díganme... ¿Qué se siente al cortar un hombre en combate?

La pregunta cogió a todos por sorpresa. No era una pregunta muy habitual y menos en una celebración del hanami, centrada en la contemplación de los cerezos. Hubo algunos intercambios de miradas. No era ni de lejos el momento más apropiado para recordar las cruentas batallas que había azotado la provincia dos años atrás, pero Onoue ni se inmutó. Sin embargo, Okura no se dejó amedrentar. Se permitió unos largos instantes para componer su respuesta y finalmente contestó:

—Cuando uno está en combate, el único pensamiento que tiene es el de acabar con su oponente. Si es un duelo, de la manera más honorable posible, y si es en batalla, de la manera más eficaz para evitar bajas y perder tiempo.

Sus solemnes palabras fueron seguidas de un breve silencio, el mismo que se había producido tras la pregunta súbita de Onoue. Este se quedó pensativo, observando a Okura detenidamente.

—Mmm... Interesante respuesta —fue todo lo que dijo.

Después de aquel intercambio verbal filobélico, el ambiente había decaído rápidamente. Para tratar de poner remedio a la situación, la dama Kono, sirvienta de Harunobu, sugirió hacer un concurso de haikus encadenados, a lo que todo el mundo accedió de inmediato. Se trataba de que cada participante fuera improvisando por turnos un breve poema. A cada poema clásico de tres versos, debía seguirle uno de dos. Cuando todos hubieran recitado el suyo, el grupo decidiría el ganador de la ronda por mayoría. Como la dama Kono era quien había propuesto el certamen, fue ella quien empezó primero. Se quedó unos segundos pensativa, sonriendo tímidamente con la mirada dirigida hacia el dosel de ramas rosadas y luego recitó:

Flores bajo el sol,
Y entre el zumbar de abejas,
gran fe en la brisa.

Hubieron aplausos generales y la dama Kono se sonrojó aunque intentó ocultarlo cubriéndose el rostro con la manga de su quimono. Se fueron sucediendo varios intentos de los participantes reunidos con mayor o menor éxito. El haiku de Okura no fue muy significativo. Kyosuke improvisó lo mejor que pudo:

Los rayos cálidos,
las cigarras alegres,
el alma agrandan.


Poco después fue el turno de Togama, que inspiró profundamente y presentó su poema:

Entre cerezos,
gran iluminación,
mejor belleza.

Luego le tocó el turno a Kawazu, cuyos versos fueron los de un poema de despedida, al estilo de los que dejan quienes están a punto de quitarse la vida para conservar el honor. Ni que decir tiene que el ánimo decayó mucho tras aquello. Por suerte, Nao, una de las damas de compañía de Shinobu, estalló en una risilla tonta incontenible que se contagió al resto.

Solo faltaban los turnos de Shinobu y Harunobu. La dama se permitió unos segundos para pensar y pronunció su haiku:

Crece el ánimo y
No deja huella el hielo
Esperando el sol.

Esta vez, los aplausos y vítores fueron notablemente mayores que los concedidos a los demás allí reunidos, aunque nadie objetó nada. Como la dama Kono y las otras participantes, Shinobu se cubrió el rostro hasta los ojos para que no la vieran sonrojarse, aunque sin mucho ahínco. Finalmente llegó el turno a Onoue Harunobu quien, para sorpresa de todos, se volvió hacia la dama Shinobu, la miró fijamente y dijo:

Declarado el encanto,
el amor ya florece.

Los participantes se quedaron tan sorprendidos por la osadía de Harunobu que, durante unos instantes que parecieron horas, nadie se atrevió a decir palabra. Solo se oían las conversaciones distantes de los otros grupos que había sentados bajo los cerezos. La dama Kono fue la primera en salir de la estupefacción y rápidamente se puso a aplaudir y vitorear. Poco a poco, los demás se unieron a la celebración y Kono sentenció que Harunobu era el ganador, a pesar de lo que acababa de suceder. Quizás por vergüenza o por otros motivos, Harunobu se disculpó ante los presentes, se levantó y se fue a dar un paseo.

Poco tiempo después, la dama Shinobu hizo lo mismo, pero se alejó en la dirección opuesta a la de Harunobu, alegando que necesitaba airearse. Temiéndose lo peor, los samuráis intercambiaron  miradas. Okura dejó pasar unos instantes de conversación superficial y, tras un leve gesto con la cabeza, también se levantó. El único lugar donde dos personas se podían reunir con un poco de privacidad era en la espesura de la arboleda más allá, así que allí fue donde se dirigió Okura. Dando un rodeo para que no pareciera que venía tras Shinobu, no tardó mucho en encontrarla. Se detuvo a cierta distancia para no ser detectado de inmediato y esperó a que apareciera Onoue. Y en efecto, por el otro lado de acceso al camino que cruzaba la arboleda vio la figura de Harunobu aproximándose. Entonces, Okura salió de detrás del árbol donde se ocultaba y se puso a pasear con calma, fingiendo estar pensando en sus cosas, apreciando la calma y la soledad que ofrecía la arboleda. Como quien no quiere la cosa, se fue acercando a Shinobu, pero sin reparar en ella para seguir con el engaño. A sus espaldas, aún a lo lejos, Harunobu vio la irrupción en su encuentro furtivo y Okura pudo oír unos pasos que daban media vuelta y se alejaban. Dejó pasar un tiempo prudencial y luego volvió a la celebración, la cual se encontraba ya con las últimas actividades antes de la cena.

Mientras los criados empezaban a recoger los manteles y demás enseres usados en el hanami, un criado informó a los Kuroki de que la dama Miyoko requería su presencia. Al llegar a sus estancias, la esposa de Hosokawa les pidió cómo habían ido las actividades en su grupo durante el hanami. Los cuatro reunidos sabían perfectamente que, indirectamente, les estaba preguntando por lo que había hecho la dama Shinobu. Okura le contó acerca de la competición de haikus y que había ganado Harunobu, sin entrar en detalles sobre los versos exactos. La dama Miyoko pareció complacida al oír el relato y les agradeció educadamente la información. Sin embargo, Okura y los demás se quedaron intrigados por aquel extraño interés.

Más tarde, mientras los invitados y asistentes daban un paseo vespertino previo a la cena, Okura se cruzó con la dama Shinobu en una de las pasarelas cubiertas de la fortaleza.

—¡Oh, señor Kuroki! A vos quería ver —saludó con la mirada dirigida educadamente al suelo, pero sin apenas ocultar su entusiasmo.
—¿A mí? —le respondió un Okura sorprendido.
—Sí, sí, a vos. Veréis, ver florecer los cerezos en plena primavera es precioso, pero... ¿no sería maravilloso hacerlo desde unas aguas termales con vistas a los cerezos? ¿A que sí? Por eso, me gustaría partir mañana a unas aguas termales. ¿Me acompañaríais, por favor? —rogó Shinobu con cara de lástima.

Aquello tomó por sorpresa al samurái. ¿Acompañar a la dama Shinobu a unas termas alejadas de la fortaleza donde podrían ser objeto de emboscadas y demás peligros justo antes de emprender el viaje a la provincia vecina? ¿Qué le pasaba por la cabeza a aquella mujer?

—Eh... —empezó, titubeante—. No os puedo prometer nada, pero veré qué puedo hacer —Okura estaba casi seguro de que Hosokawa le negaría la petición, pero tampoco le podía decir que no tajantemente a la dama Shinobu. Debía ser su superior quien le diera o no permiso.
—¡Oh, muchísimas gracias, señor Kuroki! ¡Aguardaré con impaciencia su respuesta!

Okura vio cómo se alejaba casi dando brincos por el porche de madera del patio. El samurái dejó escapar un largo suspiro y murmuró para sí: «Que los budas me ayuden...».

Al mismo tiempo, una dama de compañía sonrió para sí. Había escuchado toda la conversación oculta tras la esquina opuesta del pasillo. Sin perder tiempo, se dirigió a paso acelerado a informar a su señora de todo lo que había oído.

***



Y así termina este capítulo de la campaña. Esta vez no escribiré las notas del máster sobre la partida que generó este relato porque no hay mucho que contar. Solo hubo algunas tiradas de Cortesía, Percepción y Perspicacia, y mucho roleo. Por desgracia, la mayor parte del roleo recayó en el personaje de Okura, que se erigió como portavoz del grupo dado que ahora era el líder de la familia. Aun así, creo que al resto de los jugadores no pareció importarles ese mayor protagonismo. Eso sí, se quedaron un poco a cuadros cuando les pedí que cada uno compusiera su haiku. Unos se pusieron a ello con ganas y otros a regañadientes, pero creo que fue divertido.

¿Qué te ha parecido el relato? Deja un comentario con tus impresiones y harás feliz al cronista. Y ya se sabe: un cronista contento, escribe menos lento. ;-)  En el próximo episodio, todo empieza a complicarse de verdad, y las semillas de la intriga comienzan a germinar. Además, ¡se produce la primera muerte de un PJ! Ya puedes leerlo en Aguas calientes y sus encrucijadas.

8 comentarios:

  1. Queremos más, queremos más! xD
    Esta es una de las sesiones que más recuerdo, fue muy divertida y un cambio de tono que le fue muy bien a la campaña.

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    1. Gracias por el comentario, Kenrae. :-)
      Supongo que después de tantos combates, fue de agradecer sentarse bajo los cerezos a componer haikus (¡sin dejar de sospechar de todo el mundo!).

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  2. Mi personaje era sórdido, pero no tanto =D No recuerdo que Kawazu fuera tan cafre como para componer un yuigon en este contexto. Aunque no diré que no se me fuera la pinza hehe.

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    1. Confieso que eso no lo tenía el cronista apuntado, sino que lo he añadido yo porque me sonaba que usaste de algún modo la habilidad Arte (Yuigon) de tu personaje. Pero puede ser que me traicione la memoria, la verdad. 😅

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    2. El Cronista del Runeblog18 de junio de 2020, 19:25

      Doy fe de que tu personaje dijo un haiku súper chungo que dejó helados a todos los presentes jajaja, 100% seguro. No tenía el haiku apuntado como dice el Runebloger pero me acuerdo perfectamente.

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    3. Puede ser que fuera eso lo que se determinó que ocurrió por el uso de esa habilidad y no un "poesía" genérico. No lo recuerdo con tanto detalle. Lo que sí que juraría es que saqué un crítico y de ahí que dejara a todos sorprendidos. Pero me parece extraño que declarara que esa era la intencionalidad del personaje. Pero ya hace tanto de la partida que a saber =D

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  3. Respuestas
    1. Vaya, eso me halaga, Funy. 😊
      Pero ¿lo dices por algo en concreto que te ha gustado?

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