domingo, 18 de noviembre de 2018

Samuráis de Suruga (XII): Ataque furtivo contra el castillo

5 comentarios
 
Bienvenidos al décimo segundo capítulo de la saga Samuráis de Suruga, una campaña del juego de rol Mythras (RuneQuest 6), relatada por uno de los jugadores. Tras los encuentros sobrenaturales del capítulo anterior, a los tres samuráis protagonistas se les unió un rōnin algo extraño. Ahora ya contaban con un grupo de hombres del clan Morioka dispuestos a ayudarles a detener la ofensiva final del señor Ishizaki. Pero ¿lograrían cumplir el desesperado plan esbozado en el capítulo X? ¿Habría funcionado el veneno que habían vertido en el pozo del castillo? Sigue leyendo para descubrirlo, en un capítulo lleno de lucha, sangre y fuego. Verás que esta vez hemos usado un montón de flashbacks, a ver si te gusta cómo ha quedado...


La luz de la luna se reflejaba en el fondo del pozo. Tres samuráis se amontonaban en una abertura en la pared del cuadrado agujero, situada algo por encima del nivel del agua. Afuera, en lo alto, no se oía nada. Solo de vez en cuando alguna conversación apagada entre guardias interrumpía el silencio.

—¿Quién sube primero? —preguntó Togama en susurros. Durante el trayecto nocturno hasta la entrada secreta del castillo no habían hablado de ello, pero el joven sacerdote sabía que ninguno confiaba plenamente en el éxito de la misión. Habían puesto sus esperanzas en que el veneno que habían vertido secretamente en el pozo hubiera logrado acabar con los guardias allí arriba, pero ahora ya no estaban tan seguros. ¿Qué les había dicho aquel hombre?

* * *

Reunidos de nuevo en la trastienda de la posada, los samuráis informaron a Daigoro de su conversación con Morioka. Luego Togama le entregó la piedra sagrada del río y le confió una bolsa llena de oro de Hosokawa. Debía entregarla a los habitantes del pueblo de Numazu para que construyeran un santuario al kami del río y así cumplir la promesa contraída. Luego, Okura tomó la palabra.

—Sobre el veneno que vertimos en el pozo hace tres días —dijo Okura dirigiéndose al shinobi—, ¿se sabe si ha surgido efecto?
—He estado ocupado y no he podido averiguarlo —contestó Daigoro—, pero puedo mandar a Kenta, mi aprendiz, a Numazu y pedirle al jefe del pueblo que se reúna con ustedes esta noche. Ahora es su hijo el jefe, ya que, tras la victoria, Ishizaki lo hizo matar. Estoy convencido de que querrá ayudarnos y tal vez haya visto algo.

La noche siguiente se reunieron en una pequeña aldea a medio camino entre Numazu y la posada del camino. Mientras esperaban en un granero, empezaron a temer que el nuevo joven jefe les hubiera traicionado.

—¡Oh, señores Kuroki, cuánto me alegro de verles con vida! —exclamó el campesino al llegar. Sin embargo, su sonrisa se desvaneció rápidamente de su rostro—. Ishizaki ha sido terrible con la gente del pueblo. Varios del pueblo están obligados a trabajar de sol a sol en la reconstrucción de la torre del homenaje y, ¡oh que los budas se apiaden de nosotros! Tras conquistar el castillo, sus hombres registraron todas las casas buscando al heredero del señor Tadano. Mandó ejecutar a mi padre cuando no lo encontraron. Y eso no fue lo peor...
—Continúa, por favor —le instó Okura.
—Pocos días después, llegó un grupo de soldados ishizaki al pueblo y, sin dar explicaciones, se llevaron a veinte de los nuestros, ¡niños incluso! ¡Y fue la última vez que los vimos! Esa noche se oyeron aullidos y gritos horripilantes procedentes del castillo, y vimos luces extrañas.
—Puede que fuera la misma noche de la tormenta y el terremoto... —dijo Togama frunciendo el ceño y recordando la enorme grieta que se había abierto en el centro de la fortaleza de Shimada (ver capítulo VIII).
—¿Y los soldados del castillo? —preguntó Okura al campesino—. ¿Has visto u oído si han muerto o enfermado en estos tres últimos días?


—Ehm... —el hombrecillo se rascó la cabeza antes de contestar—. Que yo sepa, las tropas de Ishizaki siguen acampados dentro de las murallas y también junto al pueblo. Solo he oído que ha habido algunos cambios de guardias en el segundo patio y el señor Ishizaki se ha trasladado a una mansión. ¡Ah sí! y el castillo está ahora en manos del señor Arai. Se está preparando una gran boda de alguien importante —al ver el rostro decepcionado de Okura, el hombre se quedó pensativo unos instantes y luego añadió—: señor, si quisieran indagar ustedes mismos, yo podría hospedarles en mi humilde choza o en las de mis vecinos y hacerles pasar por campesinos. Los Ishizaki nunca sospecharían que...
—Os agradezco la oferta —le interrumpió Okura—, pero eso supondría correr el riesgo diario de ser descubiertos por las tropas de Ishizaki. Es demasiado peligroso. De todas formas, sí hay algo que podéis hacer para ayudarnos: extended la noticia por todas las aldeas de que el heredero de Tadano vive y, mañana por la noche, causad una distracción lo más grande que podáis.

* * *

—Ya voy yo —respondió Kyosuke. Los demás se apartaron para dejarle paso. Ya habían usado con anterioridad el pozo para escapar del asedio Ishizaki al castillo. La otra vez se habían dejado caer directamente al agua para no perder tiempo, pero esta vez tenían que usar los peldaños semiocultos de la pared para subir sin hacer ruido. Solo tenía la luz de la luna para vislumbrar sus pisadas. Sin embargo, con mucha paciencia y cuidado llegó arriba del todo. Se quedó unos momentos esperando por si oía pisadas o voces y, al no oír ninguna de las dos, sacó la cabeza. Ni un alma. Aprovechó el momento, salió rápidamente del pozo y se ocultó detrás de unos sacos grandes de piedras y tableros de madera apilados. El asedio había casi destruido el castillo por completo y las obras de reconstrucción avanzaban lentamente. «Ya podéis esforzaros, maldita escoria», dijo para sus adentros.

Instantes después, oyó como el siguiente subía por los peldaños. Pero Kyosuke no fue el único en oírlo. Un guardia que patrullaba por allí empezó a acercarse atraído por el ruido. Alarmado, el joven Kuroki se acercó sigilosamente por detrás del guardia y justo cuando este se inclinaba para mirar dentro del pozo, Kyosuke lo cogió del cuello y, usando toda su fuerza bruta, se lo apretó hasta que el pobre guardia dejó de respirar. Entonces Okura sacó la cabeza del pozo y contempló atónito el cuerpo que yacía al lado de su hermano. Este lo tranquilizó con un gesto de la mano y el dedo índice de la otra en los labios. Después, indicó abriendo los ojos hacia el guardia y moviendo la cabeza hacia un lado. Okura entendió el mensaje y entre los dos cogieron al guardia y lo llevaron hasta donde se había escondido previamente Kyosuke. Allí lo dejaron oculto entre unos sacos. Al no oír nada afuera, Togama y Kawazu salieron también del pozo y se reunieron en el escondite. Los cuatro se saludaron asintiendo con la cabeza. Mientras Okura se cambiaba de ropa, repasaron el plan que habían trazado en la posada el día anterior.

* * *

—Bien —dijo Daigoro—. Entonces, ¿seguís interesados en el plan suicida de quemar el granero del castillo?
—Sí —respondió Okura. Su tono de voz reflejaba desánimo tras haber hablado con el jefe del pueblo—. No se nos ocurre nada mejor, así que seguiremos adelante aunque el veneno no haya funcionado como esperábamos. ¿Has conseguido el disfraz que te pedí?
—Por supuesto —repuso el espía de Hosokawa mientras desplegaba ante él la ropa de seda noble—. Incluso le he cosido el emblema del clan Arai.
—Perfecto. Eso nos servirá para llegar al granero. Y cuando volvamos a la torre del homenaje, asaltaremos las estancias nobles con los rōnin y mataremos a todo el que encontremos.

* * *

Okura, vestido con el disfraz de hatamoto y escoltado por Kyosuke y Kawazu ataviados con las armaduras verdes de los Ishizaki, avanzaron hasta la puertecilla del patio desde donde sabían que se podía bajar al nivel inferior de las murallas por la parte trasera de la torre del homenaje. Después de que Kawazu eliminara a otro guardia en silencio, no quedó nadie en las cercanías por lo que avanzaron sin que nadie los detuviera. Al llegar a la puertecilla, Togama se parapetó tras ella y sus tres compañeros entraron. Al abrir la puertecilla, vieron que el portón que daba a las escaleras estaba custodiada por dos guardias.


—¡Alto! ¿Quién va? —preguntó uno de ellos.
—Buenas noches, soy Arai Hideaki y exijo que abráis la puerta —respondió Okura con altivez.

Los dos guardias intercambiaron una mirada, sin saber bien qué hacer. No les sonaba ese nombre, pero tampoco querían causar una escena a esas horas de la noche.

—¿Puedo preguntarle, por qué motivo... señor? —inquirió el guardia pese a todo.
—¿¡Cómo?! ¿Acaso alguien de mi rango debe justificarse ante un simple samurái de baja estofa? ¿Qué insolencia es esta? ¡Como no abras ahora mismo esa puerta, te juro que hablaré con el señor del castillo para que te enseñen modales!
—¡Eh... sísísísí, mi señor! —respondió rápidamente el guardia. Pensó que la cosa no iba a mejorar y antes de que la situación empeorara decidió ahorrarse futuros problemas—. ¡Disculpe mis modales, señor! —dijo mientras hacía una profunda reverencia—, ¡solo intentaba hacer bien mi trabajo!

Rápidamente abrió la puerta y se hizo a un lado para dejar pasar a la comitiva mientras permanecía inclinado. Después de pasar a la escalinata, Kyosuke, que iba el último, oyó a sus espaldas en voz baja:

—Oye, ¿tú sabes quién era ese?
—Ni idea, —respondió el otro—. Debe ser uno de los hijos engreídos del señor Arai, que les gusta hacer cosas raras, a saber...

Aceleraron el paso mientras descendían las escaleras exteriores de piedra que recorrían la parte norte del castillo hasta llegar al recinto amurallado inferior. Las antiguas casernas de los soldados del señor Tadano estaban ahora ocupadas por las tropas ishizaki. Faltaba poco para el granero. Al dar la vuelta a la esquina, vieron que se acercaban de frente una patrulla que sortearon con un leve saludo con la cabeza por parte de Okura.


Finalmente, rodearon el granero hasta situarse frente a la entrada trasera. El otro lado quedaba justo delante del campamento improvisado donde estaba acuartelado la mitad del ejército ishizaki. Sin embargo, la puerta trasera también estaba custodiada por una pareja de guardias. Sin embargo, debían ser nuevos porque ni se molestaron en preguntar a Okura, aunque sí que le abrieron a regañadientes. La comitiva entró con ellos y el rōnin cerró sutilmente la puerta tras ellos de manera que los tres quedaron encerrados con los guardias en el granero. Pasaron un par de segundos durante los cuales todos se miraron a los ojos del resto, sin saber exactamente qué iba a pasar a continuación. Cuando los ojos de Kyosuke se encontraron con los de Kawazu, se lanzaron a por los dos guardias, intentado hacerles una presa en el cuello para dejarlos inconscientes. Kyosuke lo consiguió y su oponente cayó al suelo. El rōnin no tuvo tanta suerte y el guardia se zafó de su presa. Entonces todos desenvainaron sus espadas. Debían acabar con él antes de que diera la alarma. Kyosuke se abalanzó contra él y con una rápida finta lo hizo caer. En ese instante, Kawazu aprovechó y le clavó la katana en el abdomen, haciendo que soltara un grito ahogado que se apagó rápidamente al derrumbarse al suelo.

Mientras oían cómo se abría la puerta del otro extremo, ocultaron los cuerpos tras unas tinajas. Segundos después se abrió la puerta delantera y entró un guardia de la pareja de afuera. Su cara reflejaba la sorpresa de encontrarse a un grupo tan pintoresco en el granero a aquellas horas de la noche.

—¿Eh? ¿Qué hacéis aquí? ¿Quiénes sois? —preguntó el guardia con la mano derecha muy cerca de la espada envainada.
—Mi nombre es Arai Hideaki y estaba haciendo una inspección del estado del granero. Nunca se puede ser poco cauteloso en estos tiempos. A la mínima que te despistas, te puedes encontrar con el enemigo en las narices —respondió Okura con la más absoluta naturalidad.
—Ya... Discúlpeme, señor... Arai, pero no me suena su nombre. Y como comprenderá, me resulta un poco sospechoso —dijo el guardia.
—¿¡Cómo?! Ve a preguntar quién soy y verás lo que te contestan. ¿Despertarás a tu superior por culpa de tu ignorancia e insolencia? Vas a tener que cargar con el peso de tu error —le espetó Okura, que veía cómo no acababa de convencer al guardia.
—Mmh... Si me disculpa, creo que haré justamente eso. Espérese aquí, por favor.


Y dicho esto, salió del granero en dirección a la parte alta del castillo, no sin antes decirle al otro guardia que no dejara entrar ni salir a nadie del granero. Por suerte, había cerrado la puerta al salir, lo que dio a los tres samuráis la oportunidad perfecta para llevar a cabo el plan. Rápidamente vertieron el aceite de los farolillos sobre todos los sacos que pudieron y les prendieron fuego. Al salir por donde habían entrado, volcaron las grandes tinajas de agua que siempre había preparadas para los incendios y regresaron por donde habían venido, esta vez con paso más ligero. Por el camino de vuelta vieron a lo lejos, en la rampa que conducía a la entrada principal de la torre del homenaje, una luz solitaria subiendo por el camino. Tenían que llegar al pozo antes de que ese guardia pudiera confirmar el nombre falso que le había dado Okura o se verían en graves problemas. Antes de llegar a la puerta que conducía a las escaleras del muro trasero se encontraron con otra patrulla a la que se quitaron de encima con otro leve saludo. Los ropajes de hatamoto que habían escogido para Okura parecían haber funcionado. Y justo cuando estaban a punto de subir por la escalinata...

—¡Humo! ¡Humo! ¡¡¡Fuego!!! ¡¡¡Fuego en el granero!!!

* * *

—Escuchad —dijo de repente Kyosuke—. He estado pensando en el plan y se me ha ocurrido una mejora. En vez de esperarnos todos en el pozo y una vez Okura y yo quememos el almacén, empezar a matar a todos los que podamos en la torre del homenaje, había pensado que mientras Okura, Kawazu y yo hacemos nuestra parte, todos los rōnin podrían contar con cantimploras llenas de aceite y que lo vayan vertiendo por todo el interior de la torre del daimio y por alrededor. Así, cuando nosotros volvamos al patio del pozo, prenderemos fuego al aceite y crearemos aún más caos y destrucción. Además, el incendio podrá cubrir mucho mejor nuestra retirada.
—Me gusta la idea —asintió Togama.
—A mí también —añadió Okura.

Kawazu se quedó unos segundos mirando al más joven de los Kuroki sin decir nada. A continuación dejó ir un bufido y esbozó una media sonrisa. Pensando rápidamente, compuso un poema:

Pasaje oscuro y
fuego de la venganza.
Al fin, cenizas.

* * *

La alarma ya había saltado en la zona baja del castillo. La comitiva ascendió a toda prisa por las escaleras, esperando llegar a tiempo al patio de armas interior donde estaba el pozo. Togama ya hacía rato que había dado la señal a los rōnin de Morioka de salir del pozo. Tanto movimiento furtivo había alertado a uno de los guardias del principio de la muralla, que se aproximó al pozo para investigar el origen de los ruidos. Instantes después, se precipitaba hasta el fondo del pozo, empujado por uno de los rōnin que ya había subido. Una vez despejado el terreno, siguieron saliendo más y más rōnin del pozo. Se empezaron a oír gritos en las habitaciones cercanas a la plaza. Mientras, una parte de los rōnin ya trepaba por los andamios de la torre del homenaje y rociaba los muros y los ventanucos con el aceite que llevaban en las cantimploras. Los rōnin estaban entrando y matando a todo aquel que se encontraban, causando un gran revuelo en medio de la noche. Okura y su comitiva llegó finalmente a lo alto de la escalinata.

—¡Abrid el portón! —exigió Okura.
—¡Contraseña! —oyeron decir a una voz al otro lado.
—¡Dejaos de tonterías, soy del clan Arai y se me agota la paciencia!

Oyeron cómo corría el cerrojo, pero antes de que se abriera la puerta les llegó el entrechocar de espadas al otro lado. Al entrar, vieron a los dos guardias de la puerta de espaldas a ellos, luchando con dos de los rōnin de Morioka. Sin dudarlo, aprovecharon la ocasión para liquidar a los guardias por la espalda. Una vez en el patio interior, contemplaron un pequeño infierno en marcha. La plaza estaba infestada de rōnin que salían del pozo, los pocos guardias que había cerca luchaban por sus vidas y veían gente saliendo corriendo de las habitaciones medio dormidos y otros medio borrachos. Miraran adonde miraran, la plaza se había convertido en una batalla campal.


Los guardias llegaban poco a poco por la puerta principal, ya que gran parte estaba concentrada en apagar el fuego del granero. No pasó mucho tiempo antes de que los rōnin tuvieron controlada la plaza del pozo. Entonces se dispersaron por los otros niveles, para seguir quemando y bloqueando el acceso a los guardias a la plaza. Togama los aguardaba a la salida del pozo junto a unos pequeños barriles de arroz.

—¿De dónde has sacado esto? —preguntó Okura, extrañado de que su primo hubiera conseguido tal botín en medio de aquel caos.
—Lo he encontrado en un pequeño almacén cerca de aquí. Este arroz será la ofrenda que prometí al kami de los ratones del castillo. Fue gracias a él que pudiste escapar de aquí sin ser visto cuando las tropas de Ishizaki asaltaron las murallas. Vamos, ayúdame a bajarlos.

Kyosuke bajó primero y desde abajo fue cogiendo los barriles que le lanzaban los demás. Los Kuroki agradecieron el valiente sacrificio que estaban haciendo todos los rōnin. Bajaron por el pozo en dirección al túnel secreto. Al volver a las mazmorras, esparcieron rápidamente todo el arroz por las estancias subterráneas. Una vez fuera, Kenta los recibió visiblemente aliviado.

* * *

—Vale, solo nos falta hablar de un pequeño detalle —dijo Togama—. ¿Cómo escaparemos una vez hayamos cumplido la misión?
—Al galope —propuso Okura.
—No, a caballo acabarán por alcanzarnos —dijo Kyosuke.
—¿Y por mar? —planteó Kawazu—. Yo sé dirigir naves...

* * *

Una vez hubieron subido a los caballos, Kenta les dio un par de bolsas con abrojos metálicos. Les deseó buena suerte y partió de regreso a la casa de té. Los samuráis azuzaron a los caballos y emprendieron su segunda huida nocturna del castillo. Corrieron a través de los bosques que conocían de toda la vida pero que la noche transformaba en una prueba de obstáculos. Una vez en campo abierto, no tardaron en oír gritos a sus espaldas. Las tropas ishizaki acampadas fuera de los muros del castillo los habían detectado y habían enviado una pequeña patrulla de jinetes para interceptarlos.

Cabalgando a toda velocidad, llegaron finalmente a la playa donde habían convenido ir. Tal y como les había prometido Daigoro, allí les esperaba un bote de pesca varado en la orilla. Con los Ishizaki pisándoles los talones, los cuatro samuráis saltaron de los caballos y se pusieron a empujar la barca hacia las olas. Cuando sus enemigos llegaron a la playa, Okura recordó entonces la bolsa de abrojos que llevaba encima. La podría haber usado antes, pero la intensidad de la huida lo había borrado de su mente. Cogió unos cuantos y los esparció en un amplio arco, esperando retrasar al máximo número de enemigos. Con mucho esfuerzo, entre todos consiguieron poner la barca a flote. Kawazu empezó a dar órdenes para manejar la barca mientras Okura y Kyosuke defendían la popa ante los Ishizaki que intentaban subir al bote. Aunque algunos jinetes lograron internarse en las olas y apoyar un brazo o una pierna en el bote, los dos Kuroki repelieron fieramente a los asaltantes dando tajos y golpes por doquier así como derribando a los pocos Ishizaki que se atrevían a adentrarse en el mar con los caballos. Con el bote entrando cada vez más y más en el mar, los Ishizaki se dieron por vencidos y se retiraron a trompicones hacia la playa a medida que más luces y caballos llegaban al lugar. Los Kuroki pensaban que ya estaban fuera de todo peligro, cuando vieron que los Ishizaki se ponían en formación de tiro y lanzaban una lluvia de flechas.


Todos corrieron a parapetarse tras las paredes del casco de la nave que ofrecían algo de cobertura. Confiaban en que la distancia de la costa y la oscura noche les protegerían, pero un sonoro grito de Okura les demostró que se equivocaban. Una flecha se le había clavado profundamente en el brazo y de la herida brotaba abundante sangre. No llovió ninguna flecha más y supusieron que sus enemigos se habían contentado con el grito de dolor. Pero había que actuar deprisa, de lo contrario Okura no llegaría a ver el amanecer. Kyosuke arrancó un pedazo de sus propios ropajes e hizo un torniquete en el brazo de Okura. La sangre dejó de brotar, pero el dolor continuó. Los otros tres tripulantes dejaron descansar al cabeza de familia mientras se ocupaban de dirigir el bote hacia las tierras de Hosokawa. Permanecieron toda la noche despiertos junto a Okura, y al alba, el cansancio acumulado de todo el día anterior empezó a hacer mella en los samuráis. Togama era el único que parecía estar más fresco. Quizás porque estaba acostumbrado a pasar largas noches en vela orando a los kami. Todo parecía indicar que la travesía hasta Shimada sería tranquila y sin sobresaltos después de una noche turbulenta. Sin embargo, el destino aún les aguardaba una última sorpresa

Togama y Okura otearon en la lejanía un navío solitario y al principio no le dieron mayor importancia. Se acercaba desde el sur-suroeste, así que no podía tratarse de un navío ishizaki. No obstante, cuando se acercó más vieron hombres armados en la cubierta. Eran piratas. Al instante, todos se pusieron a maniobrar para poner la máxima distancia entre un barco y el otro, con la esperanza que abandonaran la persecución al tratarse de un simple bote pesquero. Pero el barco pirata estaba empeñado en ir a por ellos y se acercaba demasiado rápido. Viendo que no iban a poder escapar, Okura se arrastró hasta la proa del bote y se puso a rezar a los budas por los que sentía devoción: los Santen. Tras rogar la ayuda de Marishiten, la luz del sol que sobresalía del mar a sus espaldas los engulló por completo.


—¡Vamos, aprovechemos mientras dura el efecto! —gritó. Los samuráis reaccionaron y se pusieron manos a la obra. Siguiendo las indicaciones de Kawazu desplegaron al máximo la vela y rezaron todos en silencio para que los kami les bendijeran con un poco de corriente de aire favorable.

Marishiten había escuchado la súplica de Okura y había aumentado la intensidad de los rayos de sol matutinos para que el bote se confundiera con el reflejo del agua y así crear un espejismo. El efecto duró lo suficiente para que una vez se disipara el efecto del milagro, el barco pirata ya fuera un punto minúsculo en el horizonte y pudieran respirar tranquilos. Sin más incidentes llegaron finalmente a la fortaleza del señor Hosokawa, donde le contaron todo lo sucedido.

Sin embargo, pronto descubrieron que sus problemas no habían hecho más que empezar...

- - -

Y hasta aquí el décimo segundo episodio. Dentro de poco podrás leer los comentarios del director de juego sobre esta partida en Las notas del máster. Esperamos que te haya gustado el relato y que no te pierdas el próximo: Malas y buenas noticias, con el que termina la primera temporada de Samuráis de Suruga.

5 comentarios:

  1. Respuestas
    1. ¡Buf, y que lo digas! El siguiente capítulo no tardará tanto en llegar porque ya está escrito y es más corto. De hecho, al principio pensaba incluirlo con este, pero luego vi que quedaba demasiado largo.

      Eliminar
  2. El Cronista del Runeblog18 de noviembre de 2018, 23:45

    POOORRR FIIIIIIIINNNN!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!
    ¿Te puedes creer que no me acuerdo de lo que sigue a continuación? jajajaja

    ResponderEliminar

 
© 2012. Design by Main-Blogger - Blogger Template and Blogging Stuff