Todo llega al que sabe esperar. En este caso, llega un nuevo capítulo de la campaña de samuráis con Mythras. Ciertamente, el cronista se ha tomado su tiempo desde la última vez, pero por fin se narran aquí los acontecimientos que siguieron al capítulo anterior. Después de frustrar el intento de asesinato contra el líder del clan Onoue, los protagonistas parten en busca de su hijo Harunobu para esclarecer los hechos. Si dan con él, tal vez podrán librar a la dama Shinobu de la sombra de la sospecha, cumplir con su deber, y hacer justicia. Pero ¿podrán encontrar al joven heredero antes de que los guerreros del clan Ishizaki logren silenciarlo para siempre?
Los tres Kuroki subieron a sus caballos seguidos de Ake y otro samurái del clan Hosokawa que se había ofrecido voluntario para la misión, y rápidamente se lanzaron al galope en pos del grupo de guerreros que, liderados por Akira Ishizaki, habían salido a caballo de la fortaleza con unos instantes de ventaja. Primero se dirigieron al pueblo más cercano y preguntaron a los campesinos por aquellos samuráis que habrían pasado poco antes. Les indicaron uno de los caminos que salía del poblado, en dirección a las montañas del oeste. Siguieron cabalgando entre campos de arroz, tomando varias bifurcaciones mientras trataban de seguir siempre orientados hacia el oeste y, tras un buen trecho, llegaron a una nueva encrucijada.
—¿Por dónde seguimos ahora? —preguntó Kyosuke nervioso.
—¡Rayos! —maldijo Okura mientras oteaba cada una de las alternativas haciendo virar a su caballo—. No conocemos estas tierras y cualquiera de los caminos podría ser el correcto. ¿No podrías preguntar a uno de tus kamis, Togama?
—Sí, dadme un momento —respondió el sacerdote sintoísta. Al instante se bajó del caballo, cerró los ojos y se concentró para ver el mundo invisible. Al abrir los ojos de nuevo vio a través del velo y llamó al kami de aquella encrucijada. Un viejecito enano con gorro y bastón salió de entre los arbustos y se le acercó tímidamente—. Oh, kami del camino —empezó Togama—, os ruego que aceptéis mi ofrenda —sacó una moneda de oro de su bolsa y la enterró en el centro del cruce de caminos—. Solicito humildemente vuestra ayuda para saber si han pasado por aquí unos samuráis a caballo hace un rato y, si es así, en qué dirección han ido.
El kami asintió con la cabeza al ver la ofrenda. Luego cerró los ojos y adoptó una postura pensativa. Togama esperó unos largos instantes y, cuando ya creía que el anciano se había quedado dormido, este abrió los ojos de nuevo y dijo:
—Pues mira, sinceramente no lo sé. Debía estar durmiendo... Pero aguarda, se lo preguntaré a un amigo —y se alejó volando hasta perderse entre los árboles. Poco después, un mapache con sombrero de paja y ropa de campesino se acercó a Togama.
—Saludos, joven sacerdote. Dispongo de la información que buscáis, pero no será gratuita. Resolved este acertijo y demostrad que sois lo bastante listo para merecerla. Dice así: Diez personas deben reunirse en una posada, y todas llegan corriendo desde tres direcciones distintas. Solo una de ellas lleva paraguas. Aun así, todas llegan a la misma hora y ninguna se ha mojado. ¿Por qué no se han mojado?
—Parece fácil —anunció Togama con una sonrisa—. Es porque no llueve, ¿verdad? En ningún momento se dice que esté lloviendo.
—¡Ah, sois más inteligente de lo que aparentáis! En efecto, esa es la respuesta. Y ahora la respuesta a vuestra pregunta: Encontraréis a los que buscáis si retrocedéis tres bifurcaciones y tomáis el camino hacia el suroeste.
Los samuráis deshicieron el camino y tomaron el ramal indicado. A su alrededor, el paisaje se componía de extensos campos de arroz donde faenaban los campesinos. Decidieron detenerse de nuevo y preguntarles, pues llevaban otro buen trecho del camino y querían asegurarse de seguir en la dirección correcta.
Se acercaron al campesino más cercano y, al verlos, este agachó la cabeza y pareció trabajar con más ahínco.
—¡Eh tú! —le llamó Okura desde el caballo. Al instante, el campesino salió del campo y se postró en el camino a sus pies.
—S-sí mi señor, ¿qué desea? —dijo tembloroso sin levantar la mirada.
—¿Has visto pasar por aquí a unos samuráis a caballo hace un rato? —preguntó.
—Eh… Sí, sí. Sí, mi señor. Siguieron recto por este camino—. Okura se quedó mirándolo y luego se volvió hacia sus compañeros:
—Bien, sigamos —dijo. Pero al cabo de unos pasos detuvo a su caballo y los demás se hicieron lo mismo, extrañados—. Así no vamos a llegar a ninguna parte. Los campesinos nos dirán cualquier cosa que queramos oír con tal de que nos vayamos y los dejemos en paz. Entonces se dirigió a Ake—: Tú eres un ashigaru, conoces mejor la manera de ser de los campesinos. ¿Por qué no te adelantas un poco y les preguntas tú mismo? Quizás te den respuestas más fiables. Nosotros iremos por otro camino paralelo y nos encontramos más adelante. Nos esperaremos allí un rato para darte tiempo. Si seguimos preguntando a los kami nos puede salir muy caro, literalmente, ¿verdad Togama?
—Sí, es mejor no abusar de ellos pues el pago a ofrecer a veces puede ser demasiado que asumir —respondió el sacerdote.
Todos estuvieron de acuerdo e hicieron lo propuesto. Los samuráis esperaron a que el sol se moviera un poco más en el cielo antes de emprender su marcha de nuevo. Dieron media vuelta y tomaron un desvío para seguir adelante por un camino paralelo. Fueron al trote, para dar más margen de tiempo a Ake para que encontrara alguna pista. Rodearon de nuevo otra extensión de campos de arroz y volvieron a preguntar al primer campesino que encontraron cerca del camino.
—Señor samurái, no hemos visto a los jinetes de los que habla, pero sí hemos visto un ashigaru y un cazador yendo juntos.
Luego de preguntar sobre el paradero del cazador, los cuatro samuráis partieron al galope en la dirección que les habían indicado. Al llegar al linde de un bosque, se encontraron con una pequeña cabaña con unas cuantas pieles curtiéndose afuera. De la cabaña surgieron dos figuras alertadas por el ruido de cascos: eran Ake y otro hombre.
El ashigaru esperó a que los samuráis desmontaran de sus caballos y presentó al hombre como un cazador llamado Junichi.
—Mucho gusto, señores samuráis. Justo le estaba comentando a su subalterno lo que había encontrado bosque adentro. Varios samuráis onoue yacen muertos en la espesura. Al parecer, hubo un combate feroz y solo uno de ellos ha sobrevivido. Está en mi cabaña, gravemente herido. No sé si sobrevivirá. He hecho lo que he podido, pero necesita un médico cuanto antes. Pasen, por favor.
Acompañaron al cazador a su choza y vieron al samurái postrado en el suelo de la cabaña, respirando entrecortadamente. Por todo el cuerpo tenía varios cortes sangrientos. No debía de haber sido una pelea muy limpia para tener unas heridas tan irregulares.
—¿Dónde dice que los encontró? —preguntó Togama.
—Los encontré un poco más al oeste. Estaban cerca de un bosque. De hecho, hoy mismo encontré un rastro de herraduras que se dirigen al oeste. Allí, en lo alto de una colina hay un templo abandonado. Imagino que los que se cargaron a los samuráis deben haberse refugiado allí.
—Bien, nosotros iremos a investigarlo. Tú quédate aquí y ocúpate del herido.
Los tres Kuroki, Ake y el otro samurái de Hosokawa salieron de la choza y siguieron las indicaciones del cazador. El bosque frondoso donde se ocultaba el templo daba pie a una amplia arboleda de bambú y otros árboles. Nada más dar unos pasos, descubrieron varias pisadas muy juntas y mezcladas, con la tierra muy removida. Aquel había sido el lugar de la trifulca. Se dispersaron por el lugar y no tardaron en encontrar a varios cuerpos de samuráis con el emblema de Onoue escondidos detrás de los árboles más gruesos. Les habían quitado las armas, pero nada más. Sus cuerpos presentaban heridas cortantes por todos lados y había muchas plantas tintadas de carmesí oscuro. Pronto concluyeron que debía haberse producido alguna revuelta entre los samuráis de Onoue que estaban protegiendo a Harunobu. Aprovecharon para ponerse sus armaduras para estar mejor preparados.
—Esperen aquí mis señores, me adelantaré un poco a ver si veo a alguien —dijo Ake.
—Está bien, pero si ves a algún Ishizaki, vuelve de inmediato —contestó Okura—. No ataques a nadie aún y sobre todo que no te vean.
—No se preocupe mi señor, no me verán —le respondió Ake con media sonrisa y una reverencia. Luego desapareció entre las gruesas cañas de bambú.
Ake avanzó con cautela entre la vegetación y pronto divisó en lo alto de una pendiente empinada la tosca construcción de un templo medio en ruinas y unos pocos samuráis con el emblema del clan Onoue. Rodeó la base de la colina para encontrar una vía de ascenso pero, a unos sesenta pasos, vislumbró el centellear metálico de una katana entre la vegetación. Al parecer, no eran los únicos que habían encontrado el escondite del heredero de los Onoue y sus samuráis.
Aguardando entre la vegetación e intentando mimetizarse con el entorno, Ake espió a los samuráis ishizaki. Entre tanto, empezó a lloviznar. Esforzándose por captar cualquier sonido que no fueran las gotas de lluvia, al soldado le pareció oír cerca unos pasos que se alejaban. Se dispuso a seguirlos y al pasar junto a un árbol de tronco grueso apenas tuvo un instante para reaccionar ante el samurái que se encontró de sopetón y llevar su mano a la empuñadura de su katana. El samurái, a su vez, extendió la mano derecha y se puso la otra en los labios en señal de silencio.
—¡Espera! —susurró lo más alto posible—. ¿Parlamento?
—Habla... —respondió Ake.
—Sabemos que estáis por algún lado del bosque y que probablemente ya habéis descubierto el templo, ¿verdad? —preguntó el samurái ishizaki. Un chasquido de lengua fue la respuesta—. Me sirve. Mi señor me ha enviado para sugeriros un plan de acción. Contad hasta mil y luego nos reuniremos en un claro que hay más allá —dijo estirando el brazo en dirección contraria del templo—. Hasta entonces.
Ake volvió tras sus pasos hasta regresar con sus cuatro camaradas y les contó lo sucedido.
—Maldito Akira —dijo Okura frunciendo el ceño—. A saber qué treta se guarda bajo la manga. Diga lo que nos diga, seguro que hace lo contrario. No me fio ni un pelo. ¡Por los budas, que lo parta un rayo! —exclamó—. Eso sí, no me cogerá desprevenido. Dadme un momento.
Cerró los ojos, murmuró una plegaria y cuando los abrió de nuevo, toda su armadura relucía con un leve brillo dorado. Luego contaron hasta mil y emprendieron el camino hacia el claro, atentos a cualquier sombra entre los árboles. Tras un buen trecho a pie bajo la lluvia, llegaron al claro. Esperándolos con los brazos cruzados estaba Ishizaki Akira y sus cuatro samuráis. Todos iban armados con las dos espadas, excepto dos, que blandían una lanza y un imponente nodachi.
—Vaya, parece que os habéis dignado a venir —empezó Akira a modo de saludo con una sonrisa burlona.
—Déjate de milongas y ve al grano. ¿Qué propones? —le espetó Okura, tajante. La sonrisa de Akira se transformó en un posado serio.
—Como quieras. Propongo un ataque por flancos opuestos. El primero que llegue a Harunobu se lo queda.
Okura intercambió miradas silenciosas con los suyos y le respondió:
—Ya, claro. ¿Y cómo sé que no te vas a quedar atrás mientras nosotros hacemos todo el trabajo por ti?
—Por favor. ¿Acaso crees que no tengo nada de honor? ¿Por quién me tomas? —dijo de nuevo con una fugaz sonrisa burlona—. Para que veáis que no hay trampa, la señal de ataque será una flecha lanzada hacia el cielo. Cuando la veáis, empezará el ataque.
Pasaron unos instantes de silencio donde se podía notar la tensión.
—De acuerdo —respondió finalmente Okura tras sopesarlo—. Pero os estaremos vigilando.
Finalizado el encuentro, cada bando se fue por su lado. Por el camino, la lluvia se intensificó.
—No vamos a ver nada con esta dichosa lluvia —comentó Kyosuke mientras se disponía a disparar su arco.
—Esperen, creo que puedo hacer algo —anunció Ake. Sostuvo en la mano un amuleto sintoísta que llevaba siempre encima, murmuró una pequeña oración y Kyosuke se fijó en que sus pupilas se habían convertido en dos puntos muy pequeños—. Ahora creo que los podré ver sin problemas. Estén atentos a mi señal.
El repicar de lluvia sobre la tierra mojada y la vegetación se hizo tan fuerte como los tambores que preceden a la batalla. Parecía que no iba a llegar nunca, pero entonces, Ake gritó: «¡Han disparado!»
Rápidamente Kyosuke disparó una flecha hacia el cielo y los demás dispararon tres proyectiles contra los guardias que custodiaban la puerta de entrada al recinto del templo. Ya que estaban lejos, quisieron aprovechar la distancia para infligir el máximo de daño posible antes del cuerpo a cuerpo. Acto seguido dejaron los arcos y cargaron contra los defensores del templo al tiempo que desenvainaban su acero. Los Ishizaki salieron de entre los arbustos por el extremo contrario y los dos grupos se abalanzaron hacia el centro de la colina. Sin embargo, a medio camino Akira y dos de sus samuráis se desviaron repentinamente para cargar contra los Kuroki. Estos se dieron cuenta al instante de la estratagema: Akira confiaba en que sus otros dos guerreros podrían encargarse de los defensores de la entrada para llegar hasta Harunobu mientras él y dos más retrasaban a los tres Kuroki, a Ake el ashigaru y al samurái del clan Hosokawa que los acompañaba. Pese al odio que sentía por Akira, Okura corrió directamente para unirse a los guerreros onoue en contra de los Ishizaki.
Un Ishizaki se lanzó con la katana en alto contra Kyosuke, pero este se deslizó un paso adelante y con un rápido tajo vertical separó el brazo del hombro de su enemigo antes de que pudiera pararlo. El hombre se derrumbó entre aullidos de dolor y chorros de sangre.
Tras este primer choque, la lluvia que los había estado acompañando todo el rato aumentó de intensidad aún más y oyeron los primeros truenos en la lejanía, como si los kamis celestiales estuvieran contemplando la cima de aquella colina con atención.
Togama mantuvo su posición con el bastón apuntado contra otro Ishizaki y Ake mantuvo a raya a Akira con su lanza. Mientras, los Onoue de la entrada resistían como podían ante las embestidas de la larga espada nodachi y la lanza de los dos guerreros ishizaki, pero parecía que el cansancio de las últimas horas les había restado eficacia. Por su parte, Togama detuvo un ataque y, tras hacer girar el bastón con las palmas de su mano, dio un potente revés que acertó de lleno a las manos de su contrincante y le obligó a soltar el arma.
Los guerreros onoue se defendían como podían ante las acometidas de los Ishizaki, pese a la ayuda de Okura. El nodachi de uno de ellos era un peligro considerable, pero quizás movidos por una pizca de lealtad hacia su señor Harunobu, los defensores del templo seguían parando un espadazo tras otro y lanzazo tras lanzazo. Okura aprovechaba para golpear cuando el de la lanza arremetía contra uno de los defensores, pero aun así no conseguía atravesar su armadura.
De repente, un relámpago cruzó el cielo y acto seguido el trueno retumbó por el bosque. De un extremo del recinto surgió un caballo negro con un jinete al galope. Llevaba el emblema de Hosokawa y se dirigía como una flecha hacia el templo con la katana desenvainada. Todo el mundo centró su atención en el nuevo contendiente durante un instante antes de proseguir sus combates. Los defensores del templo estaban demasiado ocupados con los Ishizaki como para desviar su atención hacia el misterioso jinete. Este, con la vía hacia el templo despejada, galopó los últimos metros hasta las escaleras del templo, tiró de las riendas hacia arriba y el caballo dio un salto tremendo que salvó los pocos escalones de la entrada. El samurái que defendía a Harunobu dentro del templo, armado con una lanza y viendo el combate desde la distancia, de repente vio un jinete que se abalanzaba contra él a toda velocidad. Apenas tuvo un par de instantes para asir la lanza con fuerza y prepararse para el ataque. Cuando tuvo al caballo delante, hizo ademán de atacar, pero no fue suficiente. El jinete desvió la lanza sin problemas con un golpe de su katana para luego contraatacar en dirección contraria.
Harunobu, que se encontraba en lo más profundo del templo, vio como la cabeza del guardia apostado allí salía volando por detrás de la esquina, emitiendo un chorro de sangre giratorio, hasta estrellarse con la pared del fondo a la vez que el jinete frenaba a su caballo negro. El animal relinchó y se alzo a dos patas a la vez que el jinete lo hacía girar para hacer frente a Harunobu. El jinete descabalgó de un salto y se dirigió hacia el heredero de los Onoue con decisión, pero a seis pasos de él, el suelo de madera podrida crujió de repente bajo sus pies y cedió. El samurái hosokawa quedó atrapado entre las tablas de madera del suelo, hiriéndose las piernas en la caída.
Afuera, los defensores onoue redoblaron sus esfuerzos, hicieron retroceder a los Ishizaki y llegaron a cegar a uno de ellos de un tajo en la cara. Kyosuke dejó desangrarse a su ahora manco oponente y corrió a ayudar a Okura y a los defensores contra los dos samuráis ishizaki. Con su bastón, Togama detuvo una nueva acometida en vertical que le habría partido el cráneo en dos. Con la katana enemiga clavada en el centro del palo entre sus manos, Togama volteó su arma hacia un lado, desequilibrando los brazos de su adversario. Con la punta del bastón que le había quedado apuntando hacia el samurái enemigo, le propinó un golpe seco en la muñeca que sujetaba la katana, obligando al Ishizaki a soltarla. Sin perder ni un momento, golpeó con la misma punta en dirección contraria, contra su mandíbula, de tal manera que se oyó el entrechocar de dientes. Su rival se desplomó inconsciente contra el suelo. El joven sacerdote aprovechó que se había quedado sin oponente y se unió al combate entre Ake y Akira.
Kyosuke llegó a la melé entre Okura, los Ishizaki y los Onoue. Uno de estos últimos estaba demasiado ocupado defendiéndose de dos enemigos como para ver acercarse a Kyosuke. Cuando fijó su vista en él, la katana le seccionó el brazo de cuajo. Esto alteró el equilibrio del combate, ya que los Onoue perdieron a un hombre mientras Okura ganó a un aliado. Estos últimos aprovecharon el ímpetu para intensificar sus esfuerzos.
Mientras tanto, Ake seguía presionando a su rival y consiguió atravesar la armadura de Akira y provocarle varios cortes. Finalmente, el samurái ishizaki bajó la guardia un instante y Ake aprovechó para causarle un corte profundo en el pecho que lo hizo caer al suelo medio muerto.
Tras haber despachado a su oponente, Togama dirigió su atención contra un guerrero onoue que se dirigía a atacar a Okura por la espalda. Al verlo, este se giró al instante y ayudó al sacerdote contra el samurái.
—¡Kyo, cubre a Togama! —vociferó Okura.
Al oírlo, Kyosuke se dirigió adonde se encontraban los otros dos y ocupó el lugar de su hermanastro, mientras el mayor de los Kuroki daba media vuelta para internarse en el edificio central del templo. El samurái onoue trató de impedirlo, pero Kyosuke le rebanó el brazo de un potente espadazo. Sin embargo, otro guerrero onoue sí logró burlar la atención de Kyosuke y corrió detrás de Okura.
Por su parte, los Ishizaki no estaban teniendo mucha suerte pese a su vil estratagema. Con su líder caído, solo dos de ellos, los armados con el largo nodachi y la lanza, conseguían mantener a raya a los otros Onoue. El samurái armado con la lanza se desmarcó del combate para correr en ayuda de Akira y salvarlo de la muerte, pero Ake le cerró el paso.
Cuando Okura entró en el edificio central, se encontró al caballo negro resoplando y al samurái hosokawa saliendo de un agujero en el suelo de madera. Harunobu lo miraba atónito con la katana desenvainada. Estaba a punto de atacarlo en aquel momento de vulnerabilidad cuando Okura gritó: «¡Cuidado!».
El samurái hosokawa se giró justo a tiempo para detener la torpe acometida de Harunobu y de un par de golpes logró desarmar al joven heredero. Okura oyó pasos a sus espaldas y también reaccionó rápido. Atacó a su nuevo adversario con tanta fiereza que estuvo a punto de cortarle la pierna de un solo tajo.
Afuera, Ake se enfrentaba ahora al Ishizaki del nodachi, que había acudido también en ayudar de su líder. No obstante, el ashigaru no conseguía entrar en la guardia del nodachi, que aprovechaba su gran alcance para mantenerlo a raya. Uno de sus golpes incluso lo derribó pese a detenerlo. Mientras, el lancero empezó a vendar las heridas de Akira a toda prisa mientras murmuraba una plegaria y, si nadie lograba detenerlo, iba a poder devolverle el conocimiento. Ake tuvo que salir rodando para que el nodachi no lo alcanzara, pero dos pares de pies lo detuvieron. Alzó la mirada y vio a Kyosuke y Togama. Extrañado, dirigió la vista hacia el templo y solo vio cadáveres de los samuráis onoue tendidos por el suelo.
Ya solo quedaban en pie dos enemigos: los dos guerreros ishizaki. Entre Kyosuke y Ake derrotaron al Ishizaki del nodachi y Togama fue a por el que estaba arrodillado junto a Akira. Tras breves instantes, sus adversarios yacían muertos entre charcos de sangre y agua de lluvia.
En el centro del recinto sagrado cesó el entrechocar del acero y volvió a escucharse solo la lluvia. Okura se acercó al cuerpo de Akira y le cortó la cabeza. Los demás, excepto Togama, hicieron lo mismo con los otros cadáveres ishizaki. El samurái de Hosokawa que había entrado en el templo a lomos del caballo salió del templo acompañado de un Harunobu atado de manos. Este mantenía la cabeza gacha y la mirada perdida. Su plan había fallado por completo. Su destino quedaba ahora en manos de su padre.
Regresaron al castillo bajo la tormenta y entregaron a Harunobu a los guardias de Onoue. Sabían que no tardaría en correrse la voz de su retorno y el resultado de la contienda. Aunque no sabían qué ocurriría luego, estaban satisfechos de haber frustrado una vez más los planes de los Ishizaki. No tuvo que pasar mucho tiempo para que los criados avisaran a todo el mundo de que debían reunirse con urgencia en el salón central.
Una vez todos sentados, la tensión era palpable en el ambiente. A un lado estaba la comitiva de los Hosokawa. Al otro, los Ishizaki. Más de uno mantenía la mano cerca de su espada corta o incluso cerrada sobre la empuñadura. Al cabo de unos segundos de tenso silencio, el señor Onoue se alzó.
—Un encuentro formal en terreno neutral con dos bandos enfrentados ha terminado del peor modo posible. Un encuentro que tenía que servir para aparcar hostilidades —dijo remarcando las dos últimas palabras—, ha terminado en un baño de sangre en mis tierras. ¡¡¡En mi propia casa!!!
Repasó en silencio la mirada de todos los presentes. Entonces volvió la cabeza para mirar a su hijo y añadió:
—Mi hijo tiene algo que decirles.
Harunobu, que hasta el momento había permanecido sentado, cabizbajo y en silencio, alzó la cabeza.
—Sí, fui yo. Yo orquesté todo esto —confesó con triste resignación. Luego calló y su padre habló de nuevo.
—Por petición de la comitiva de los Hosokawa, el samurái Kuroki Okura, protector de la dama Shinobu, tiene permiso para efectuar una pregunta a mi hijo.
Okura se alzó y se irguió por completo a la vez que decía:
—Muchas gracias, señor Onoue —entonces se dirigió a Harunobu—: ¿La dama Shinobu tuvo algo que ver con el ataque ninja? —y tras la pregunta se sentó de nuevo. Los Kuroki y todos los Hosokawa mantuvieron la respiración a la espera de la respuesta.
—No —confesó Harunobu al final—. La estuve cortejando todos estos días con la intención de sonsacarle información, pero al final vi que no sabía nada. La noche del ataque ninja la cité como último intento de sacarle información e incriminarla del ataque, pero fuisteis más rápidos, ¿eh? —dijo con tono sarcástico y alzando los ojos hacia Okura—. Pero no, no fue ella. Quien me ayudó con los ninjas fueron... Los Ishizaki.
Al instante, como si les quemaran los cojines sobre los que estaban sentados, toda la delegación ishizaki se alzó y sus hombres corrieron hacia la salida para llegar al patio de armas de la fortaleza mientras un pequeño grupo de ellos desenvainaba sus armas para cubrirles la retirada.
—¡Matadlos! ¡Matadlos a todos! ¡Que no quede ninguno! —gritó el señor Onoue.
Pese a ser un grupo numeroso, entre los Hosokawa a sus espaldas y los guardias y vigías que patrullaban el recinto y esperaban afuera, todos los Ishizaki fueron cayendo uno a uno, atravesados por katanas, lanzas y flechas. Su huida desesperada no llegó a ninguna parte.
Poco después, mientras los criados se encargaban de limpiar el patio de cadáveres, Morozumi y el señor Onoue firmaban una alianza entre las dos provincias. Onoue juró ayudar al señor Hosokawa contra los Ishizaki y a su vez, este juró prestar apoyo a Onoue cuando lo necesitara. Se intercambiaron unos regalos de cortesía para afianzar el pacto y al día siguiente, la comitiva Hosokawa emprendió el camino de regreso a casa.
Y así concluye el décimo noveno episodio de la campaña de samuráis con Mythras. ¿Qué te ha parecido? Pronto podrás leer todo lo que ocurrió en términos de reglas y decisiones del director de juego en las notas del máster relacionadas.
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