En esta serie de entradas relataré los acontecimientos de la serie de aventuras que se incluye en los libros Sartar: Kingdom of Heroes (sigue el enlace para leer mi reseña) y Sartar Companion, de la editorial Chaosium, diseñados para el juego de rol HeroQuest. Resultará especialmente interesante a los másters o directores de juego que tengan planeado dirigir esta serie de módulos. Sin embargo, si sabes o sospechas que un amigo tuyo tiene estos libros y está pensando en dirigirlos, saber de antemano lo que ocurre puede que te arruine la diversión, estás avisado.
Y ahora, sin más rodeos, pasemos a la historia.
—¡Abuelo, abuelo! ¡Cuéntanos cómo te convertiste en héroe!
—Sí, abuelo, ¡cuéntanos cómo conociste a la abuela!
—Eh, eh, niños, dejad en paz a este viejo. ¿No tenéis otra tarea que hacer? ¿Ya habéis dado de comer a los cerdos? ¿Ah, sí? Muy bien. ¿Y ya habéis metido a las ovejas en el corral? Así me gusta, así me gusta. Bueno, en ese caso os contaré la historia. Pero os advierto, es una historia larga, así que no os la contaré toda hoy. Vamos, sentaos ahí, junto a la hoguera. Y no os atreváis a interrumpirme ni una vez, ¿de acuerdo? Porque de lo contrario, ni siquiera la abuela con sus tretas de la diosa Ernalda podrá evitar que os dé una buena zurra...
—Anda, empieza ya, Hrólmar, que lo estás deseando. Y cuenta bien la historia. Larana, tú siéntate ahí y escucha al abuelo.
—Está bien, todo empezó durante el Festival de las Bestias, en el... 1613, creo. Por aquel entonces, yo era un carl muy modesto, pero mucho más guapo, con esta misma piel morena que veis ahora, aunque entonces no tenía ni una sola arruga en el rostro. Tenía... veintiún años, creo. Mis brazos tenían la fuerza de un granjero joven y sano, porque ya por aquel entonces labraba los campos empujando el arado todo el día, con mi padre, Korol el Cojo. Tenía el pelo largo y negro como la noche, y no blanco y trenzado como ahora. Y rezaba al hijo de Orlanth y Ernalda, Barntar, para que la tierra diera buenos frutos. Ya por aquel entonces me metía en líos y era el que mejor pegaba puñetazos de todos los jóvenes del clan. Nadie se atrevía a meterse conmigo. Además, todas las chicas de los clanes vecinos estaban locas por mí y...
—Ejem, Hrólmar, ¿no deberías haber empezado por la batalla de la meseta de Larnste?
—¡Por todos los rayos del Atronador, mujer! Iba a contarlo justo ahora... Bueno, pues como decía, cinco años atrás, todos los hombres del clan capaces de alzar un escudo habíamos partido hacia el norte, a luchar contra el ejército lunar, que había invadido el reino de Sartar. La tribu Colymar acudió a la llamada de Kallyr Estrella en la Frente, que había logrado volver a encender la llama y reunir a las tribus. Los Lechuza Azul, con el resto de clanes, seguimos al rey que por aquel entonces gobernaba nuestra tribu: el valiente Kallai Cazarrocas. Yo no era más que un chaval, ansioso por echar a los lunares de nuestras tierras. Tan solo hacía un año que me había convertido en adulto y había bebido en el Gran Salón de Orlanth, junto al resto de hombres del clan.
»La primera batalla fue bien. Vuestro bisabuelo, el rey Hofstaring de los Culbrea, al que llamaban el Saltaárboles, era un gran héroe como la reina Kallyr, e ideó una treta para aplastar a las tropas lunares. Nos ocultamos bien y, mientras el ejército lunar atravesaba el río Lorthing, Hofstaring invocó al dios del río y las aguas se llevaron por delante a la mitad de nuestros enemigos. Después, caímos sobre el resto de tropas como un martillo sobre un yunque. Fue una masacre. Aún recuerdo la euforia de aquella victoria como si fuera ayer.
»Pero duró poco. Los malditos lunares se reorganizaron y contraatacaron. Fazzur el Perro de Presa consiguió cogernos desprevenidos y nos rodeó en la meseta de Larnste. Hofstaring quería romper el cerco con los uroxis bersérkers, pero la reina Kallyr se oponía a un ataque suicida. Entonces, Perro de Presa propuso una tregua para parlamentar. ¡Bah! Nuestros líderes jamás debieron hacerle caso.
Kallyr y Hofstaring entregan sus armas ante la Reina Equina Emplumada y Fazzur Perro de Presa, general del ejército lunar.
En la tienda de los oficiales, los lunares invocaron unos demonios que atraparon a Hofstaring por las manos ¡y se las arrancaron de cuajo! Luego, arrastraron al Saltaárboles hasta el infierno lunar para torturarlo sin cesar durante toda la eternidad. Las tribus rebeldes fuimos derrotadas y conocimos la paz lunar. Sí, la «paz» lunar... Eso quiere decir que tomaron como rehenes a los hijos de cada rey y nos sangraron con impuestos aún más abusivos que antes.
»Todo eso fue... cinco años antes del Festival de las Bestias que os contaba al principio. Llegamos allí con otros hombres del clan Lechuza Azul, y mis primos Naid y Varan venían conmigo. Como todos los años, después de la procesión, todo el mundo se reunió en el prado alrededor de la roca sagrada, comimos la carne de los sacrificios y bebimos el vino bendecido por las sacerdotisas. Fue allí donde vi por primera vez a Ernalsulva. Nada más verla, me pareció estar contemplando a la propia Ernalda en persona y dejé de prestar atención a nada más. Estaba radiante, sentada en nuestra propia mesa. Era la mujer más guapa y encantadora que había visto en mi vida. Sí, esa es vuestra abuela. Pero, como ya os podéis imaginar, no era el único que me había fijado en ella. Todos los hombres la miraban. Y uno de ellos era Branduan, el mejor guerrero del clan Perrogrís, de la tribu Lismelder. Ya los conocéis, los Perrogrís son los que viven al otro lado de las colinas del Fuego Estelar. Ya por aquel entonces eran unos paletos y Branduan el mayor de todos. Sentado en mi mesa, al lado de Naid y Varan, oía cómo se jactaba de que su padre lo había prometido con la bella Ernalsulva, hija de Hofstaring de los Culbrea. ¡Ja, ja, ja, ja! Ese día los Perrogrís se quedaron con un palmo de narices, pues los dioses tenían otros planes muy distintos...
»Mientras miraba a vuestra abuela, noté de repente que el poder del Dios del Trueno me envolvía. Me levanté de la mesa y hablé con voz atronadora, como si Orlanth hablara a través de mí:
«Dulce Mujer Verde, ¡mírame!
He venido, ¡soy el Conquistador!
Nadie puede resistir ante mí.
Tu Tierra debe ser mía.
Yo soy tuyo, ¿qué hazañas debo realizar?»
»Mis primos, Varan y Naid, me contaron luego que en ese momento me envolvió una luz divina, incandescente como un relámpago, y se hizo el silencio en todo el prado. Todo el mundo me había escuchado, y esperaba con atención la respuesta de Ernalsulva. «No vayas tan deprisa», contestó vuestra abuela, aunque muchos juraron más tarde que era la propia Ernalda quien hablaba por su boca. «Hay pruebas. Hay tres hazañas que debes realizar por mí». Por supuesto, respondí como hubiera hecho todo buen heortlinga: «Así lo haré».
»Justo entonces, Branduan el Llorica, que estaba en una mesa cercana, se puso en pie, preso de furia, y gritó «¡Me fue prometida a mí! ¡La diosa se me prometió a mí!» o alguna tontería por el estilo. Y el muy imbécil desenvainó la espada, dispuesto a matarme allí mismo. Por supuesto, tuvimos que detenerle, porque derramar sangre en el terreno sagrado habría provocado la ira de Ernalda y sus maldiciones.
Branduan de los Perrogrís pone en peligro el Festival de las Bestias ante la mirada de Ernarsulva.
Pero en fin, después de esta patética interrupción de los paletos Perrogrís, Ernalsulva, vuestra abuela, se puso en pie también y la envolvió una luz divina. Y entonces me dijo la primera de las hazañas que debía realizar, que no era otra que... Bueno, fue algo así como...
—Hrólmar, si me permites, recuerdo perfectamente lo que te dije. O lo que dijo la gran Ernalda a través de mí. Fue lo siguiente:
«Soy Ernalsulva, hija de la reina Entarios de Piedraverde. Mi padre fue un gran héroe, Hofstaring Saltaárboles, rey de los Culbrea. Se ha profetizado que mi esposo será un héroe a la altura de mi padre, y por tanto, quien quiera desposarme deberá primero demostrar su valía.
Las grandes gestas de mi padre son bien conocidas. Consiguió la lanza Rompetorsos que podía luchar por sí sola y era capaz de saltar montañas. Había vivido más de cien años cuando llegaron los lunares. Todo el mundo sabe que mi padre defendió Boldhome durante el Año del Desastre y que hubiera muerto, pero logró huir dando un gran salto. Durante la rebelión de Estrella en la Frente, fue mi padre quien derrotó a los lunares en la Batalla del Vado y ahogó a los extranjeros en ríos de sangre.
Cuando apareció Temertain y la rebelión fracasó, mi padre se negó a someterse.
Ante la arrogancia de Fazzur, mi padre montó en cólera y trató de escapar con su salto, pero unos seres invisibles lo detuvieron agarrándolo por las muñecas. Él intentó saltar igualmente, pero esos demonios le arrancaron las manos y lo derribaron contra el suelo. Entonces Fazzur reveló la crueldad de su ira: ordenó a una sacerdotisa abrir un camino al infierno lunar y le mostró cómo ardía Sheng Seleris, un famoso enemigo del imperio lunar. Unos demonios atraparon a mi padre, lo lanzaron al abismo y el camino se cerró tras ellos. Fazzur se quedó con las manos de mi padre como miserable trofeo. Así que este es mi primer desafío: el hombre que quiera ser mi esposo deberá traerme de vuelta las manos de mi padre. ¡Tráeme las Manos Rojas de Hofstaring!».
—Vaya, Ernalsulva, qué buena memoria. Claro que yo también recuerdo aún lo que te contesté luego:
«Dulce Mujer Verde, ¡así lo haré!
Aunque otros digan que es imposible.
Nadie puede interponerse entre mí
y mi diosa del vino claro».
»¿Qué os parece? Impresionante, ya lo sé. Los mismos dioses me habían elegido, y yo respondí a su llamada. Después del festival, fui con mis primos a Vinoclaro, a dormir en la tienda que teníamos preparada. Cuando estaba contando a todo el mundo lo que había ocurrido, apareció un mensajero del rey Kangharl, para citarme ante él al día siguiente. No sabía para qué querría verme el rey, pero sospechaba que tendría algo que ver con el Desafío de Ernalda. Al amanecer, fui con mis primos a buscar un regalo que ofrece a Kangharl, como es tradicional. Por aquel entonces, el rey de los Colymar estaba aliado con los lunares. Incluso había traicionado al Dios del Trueno y seguía a la maldita Shepelkirt, la diosa de la luna roja. En fin, fuimos al gran salón y Kangharl nos sorprendió al decirnos que podíamos contar con su ayuda para lo que fuera. Nos fijamos en que lo acompañaba una sacerdotisa lunar, que llevaba media cara pintada de azul, y la otra mitad de rojo. Recordadla bien, niños, porque esa bruja volverá a aparecer en las historias que ya os contaré otro día. Después, emprendimos el camino de vuelta a nuestras tierras. Además de Naid y Varan, también me acompañaban otros dos primos míos: Angor el Rojo y Furlan el Humakti.
»Supuse que Branduan nos querría tender una emboscada por el camino de vuelta a casa, así que fui más listo que él y le dije a Varan, que era cazador, que se avanzara para buscarlo. Lo descubrimos apostado en una loma con unos amigos suyos. El muy tonto no nos había visto, así que nos internamos en la maleza para caer sobre él por su espalda. Mientras nuestro amigo el humakti les salía al paso en el camino, nosotros nos abalanzamos contra Branduan y los suyos desde atrás. Yo invoqué el relámpago y luego le aticé fuerte con la lanza, pero el muy cobarde usó su magia para huir. ¡Ni siquiera esperó a sus compañeros de lo cagado que estaba! ¡Ja, ja, ja! Cómo nos reímos aquella noche, mientras les contaba lo sucedido a mi padre y a mis tíos.
—Hrólmar, ya se ha hecho muy tarde, los niños deberían ir a la cama. Fíjate, si Larana se ha quedado dormida en el suelo.
—No, no, mamá, ¡deja que el abuelo nos cuente más historias!
—Eh, eh, polluelos, vamos, obedeced a vuestra madre, ¡a dormir! El próximo día, si os portáis bien, os contaré lo que pasó tiempo después, cuando fui a Boldhome, la capital del reino, a recuperar las manos de Hofstaring. Esa también es una buena historia, je, je...