Un nuevo capítulo de la crónica de la campaña de samuráis que jugamos con RuneQuest 6. Los protagonistas se embarcan en una misión suicida para devolver el golpe al daimio que aniquiló a su familia y les arrebató todas sus tierras (leer episodio anterior). Pero... ¿podrán conseguirlo sin un ejército propio? Sigue leyendo para descubrirlo...
* * *
El viento procedente de las montañas empezaba a soplar frío y el otoño se preparaba para dejar paso a las primeras nieves. En aquellos días, las hojas caídas de los arces teñían de rojo los tejados y el patio de armas de la fortaleza de Shimada. Desde la habitación de invitados del señor Hosokawa, tres samuráis contemplaban las hojas coloradas que caían en el patio y recordaban con amargura el incendio del castillo de Numazu y toda la sangre que su odiado enemigo había derramado. Mientras una fina lluvia empapaba aquel rojo intenso, Okura, Kyosuke y Togama debatían cómo encarar su nueva misión (ver final del capítulo anterior). Mientras tanto, el daimio de la mitad occidental de la provincia de Suruga se preguntaba si no habría sido un error dejar en manos de los tres Kuroki la tarea de retrasar a toda costa una nueva ofensiva de los Ishizaki. Temía que la enorme sed de venganza de los tres jóvenes samuráis pudiera interferir en una misión tan peligrosa como crucial.
La semana anterior, Okura había esperado poder interrogar al espía de los Ishizaki que habían descubierto en una aldea cercana (ver episodio anterior). Sin embargo, el médico a su cargo le aseguró que todavía tardaría varios días en recuperar la consciencia, pues había ingerido parte de un veneno letal. Sin embargo, no podían permitirse el lujo de esperar hasta ese momento, debían ponerse en movimiento ya. Por otra parte, el señor Hosokawa les había indicado una casa de té cercana a Numazu donde podrían ponerse en contacto con uno de sus propios espías que aún sobrevivía en territorio ocupado por el enemigo.
Una vez lograran llegar hasta él, podría ocultarlos y ayudarles en su misión. Así pues, los tres Kuroki debatieron largo y tendido cómo llegar hasta allí sin llamar la atención de las tropas ishizaki. Propusieron varias ideas, pero a todas les encontraban algún defecto. Uno de ellos propuso disfrazarse de monjes, peregrinos o tal vez mercaderes, pero el resto consideró que sería demasiado arriesgado. Finalmente, Okura propuso internarse en las colinas cercanas a la costa. Según los informes de los exploradores, en muchas aldeas y pueblos cercanos a Shimada había apostadas avanzadillas ishizaki que se dedicaban a hostigar a los campesinos y robarles las cosechas en preparación para el invierno. El plan de Okura consistía en entrar en una de esas aldeas al cobijo de la oscuridad, tomar por sorpresa a una de esas patrullas y hacerse con tres armaduras verdes del ejército invasor. Luego, se harían pasar por samuráis ishizaki y así se internarían en sus antiguas tierras ahora ocupadas por el enemigo. Tanto Togama como Kyosuke estuvieron de acuerdo.
Y así, al anochecer del día siguiente, los tres samuráis, acompañados por el fiel Yoshi, se encontraban ya ascendiendo por un paso entre las colinas, llevando a sus caballos con sigilo y atentos a cualquier movimiento en los alrededores que delatara la presencia de las tropas ishizaki. Antes de llegar a la cima del paso desde donde podrían contemplar la aldea de Ahomura, ataron a los caballos a unos árboles en la espesura y luego siguieron ascendiendo con cuidado. Una vez arriba, pudieron ver las humildes casas de los campesinos, situadas al fondo un estrecho valle al otro lado de un riachuelo de montaña que discurría por una cauce profundo y rocoso. En ambos extremos del puente vieron a dos samuráis de guardia provistos de armadura. Los Kuroki se internaron entre los árboles a un lado del camino seguros de no haber sido detectados y esperaron a que cayera la noche mientras debatían entre cuchicheos cómo aproximarse a sus enemigos.
Al poco, oyeron pasos acercándose por el camino desde el pueblo. Togama espió desde su escondite y vio a un anciano cargado con varios fardos que subía por el sendero. Cuando llegó a su altura, los tres samuráis le salieron al paso y el hombre se asustó tanto que cayó sentado al suelo.
—¡Alto! ¿Quién eres y a dónde te diriges? —le increpó Okura.
—Señor, solo soy un comerciante de ropa de Numazu, y me dirijo a Shimada —acertó a decir el hombre mientras se arrodillaba—, pero si queréis matarme, hacedlo ya y terminad conmigo, toda mi familia murió en la invasión de hace unas semanas y ya no me queda nada aparte de estos fardos.
—¿Ah, sí? ¿Y qué pretendes hacer en Shimada con eso? ¿Qué llevas ahí? ¡Muéstranoslo ahora mismo! —le espetó Okura sin mostrar piedad.
—Solo llevo ropas sencillas, como os he dicho —respondió el anciano con amarga resignación mientras mostraba el interior de los fardos—. Estoy harto de vosotros, los samuráis, y vuestras guerras —añadió de repente—. La gente humilde somos los que más sufrimos en ellas. Los samuráis ishizaki masacraron a los míos, los del pueblo de ahí abajo me han tratado a patadas y ahora vosotros. ¿Qué vas a hacer tú ahora, eh? ¿Matarme y robarme estas ropas? ¡Pues hazlo ya y siéntete muy honorable, samurái apestoso!
—Os ruego mil disculpas, señor —intervino Togama interponiéndose entre el anciano y Okura, que ya dirigía la mano a la empuñadura de su katana—. Nosotros también hemos sufrido la muerte de nuestra familia a manos de las tropas ishizaki y mi primo Okura ya empieza a ver traidores y ninjas por todas partes. Podéis seguir vuestro camino, y además me ofrezco a compraros a buen precio esa ropa que cargáis.
Togama pagó al anciano un precio desorbitado por unas ropas tan humildes y el hombre prosiguió su camino algo más aliviado. El joven sacerdote sintoísta dirigió una mirada condescendiente a su primo mientras sonreía para sí. Usaron las ropas humildes para disfrazarse de campesinos. Mientras se cambiaban la ropa, Kyosuke descubrió cerca una cabaña desierta. Poco después, Okura descendía ya por el camino hasta llegar ante los guardias del puente.
—Señores, he encontrado el sake de mi vecino Jozaemon —les dijo Okura tratando de imitar el habla de los campesinos—, ¿tal vez querrían probarlo? Está allí arriba, en su cabaña.
Más allá del puente, las únicas luces visibles en la aldea surgían de una casa alrededor de la cual había más de diez caballos atados. Okura supuso que allí se hospedaba el resto de la patrulla ishizaki.
Los samuráis de guardia dudaron, pero finalmente accedieron a acompañar a Okura cuesta arriba. Antes de abandonar su puesto, avisaron a los samuráis al otro extremo del puente de que volverían pronto con sake. Cuando Okura llegó a la altura del escondite de Togama y Kyosuke, le dijo a los samuráis que la cabaña estaba en el bosque, en el sentido opuesto al escondite de los otros dos Kuroki. Uno de los dos samuráis enemigos pareció sospechar y prefirió esperar en el camino a que el otro volviera con el licor de arroz. Okura se internó en el bosque seguido por el otro samurái. Cuando Okura llegó al punto donde había ocultado su katana, invocó la ayuda de Bishamonten, desenvainó el sable y acabó con la vida del samurái acorazado de dos certeros tajos. Mientras, Kyosuke salió de su escondite y dio cuenta del otro samurái. Pese a la sorpresa inicial, la armadura le protegió bien de los primeros ataques de Kyosuke, pero al final también fue derribado y liquidado.
Okura lamentó haber tenido que mentir y matar, y supo que los budas ya no le ayudarían más hasta que no expiara sus transgresiones en un templo. Aun así, los tres Kuroki decidieron entonces actuar lo más rápido posible. Okura y Kyosuke se pusieron las armaduras de los samuráis muertos y fueron a buscar los caballos que habían dejado en la ladera opuesta de la colina. Caminando frente a los caballos para hacer menos ruido, finalmente llegaron al puente, subieron de un salto a sus monturas y cargaron contra los dos samuráis en el otro extremo, que no tuvieron tiempo más que de correr despavoridos hasta ser ensartados por las lanzas de los vengativos guerreros Kuroki. Okura y Kyosuke intercambiaron miradas y acto seguido dirigieron sus caballos hacia la casa donde se oían risas y algarabía.
Cuando se hubieron acercado un poco más, Okura y Kyosuke aguardaron.
Todo el contingente ishizaki del pueblo estaba reunido en una taberna, sin contar las pocas parejas de guardias que había patrullando. «Los de la armadura verde» estaban tan seguros de su poder que daban rienda suelta a su arrogancia llenando sus tripas de todo el sake posible.
Desde sus caballos, los dos Kuroki vieron acercarse un par de farolillos, que resultaron ser de dos guardias ishizaki, uno a pie y otro a caballo. Okura les dirigió un saludo desde lo alto de su caballo, pero al parecer no fue el adecuado ya que los dos ishizaki intercambiaron miradas y acto seguido se dirigieron hacia ellos. Okura aprovechó la distancia que aún les separaba para azuzar a su caballo y alejarse al galope por una calle lateral para dar un rodeo. Al mismo tiempo y un poco más alejado y a cubierto de la oscuridad, Togama inició el asalto sorpresa disparando una flecha que por desgracia solo logró alertar aún más a los guardias al pasar silbando junto a ellos. Estos empezaron a correr hacia Kyosuke enarbolando sus armas, pero no se percataron de que Okura cargaba contra ellos a sus espaldas, acertando al jinete en el brazo y hiriéndolo con un buen tajo. Kyosuke se enzarzó en combate contra el samurái a pie y la diferencia de destreza marcial se hizo patente cuando un corte ascendente del Kuroki lo derribó al instante. Por su parte, el jinete enemigo hizo ademán de zafarse del combate para avisar a sus compañeros, pero Okura leyó las intenciones de su enemigo y le cortó la retirada. Al mismo tiempo, Kyosuke desmontó de su caballo y hundió la katana en el pecho de su contrincante derribado. El jinete ishizaki aguantó como pudo las acometidas de Okura, pero poco pudo hacer contra el Kuroki a pie que le atacó por la retaguardia. Kyosuke lo derribó de la silla y Okura lo remató en el suelo con la lanza. En ese momento, un trueno retumbó por los cielos y empezó a caer una lluvia fina. Luego empezaron a oír voces procedentes de la taberna.
Al parecer, el combate había alertado ya a los samuráis que se encontraban allí. De la puerta principal salieron varios hombres que trataron de entrever en la oscuridad el origen del barullo que habían oído. Lo que vieron y oyeron entonces fue a una pareja de dos Ishizaki cabalgando en línea recta hacia ellos con la mirada llena de ira. Los que habían tenido la mala suerte de salir en primer lugar de la taberna fueron los primeros en caer, uno de ellos casi partido por la mitad por la espada de Okura. Por su parte, Kyosuke hirió de gravedad al otro en el pecho y, aunque no lo mató al instante, ya le quedaban pocos segundos de vida. Los dos Kuroki desmontaron de un salto e irrumpieron en la taberna como dos demonios sedientos de sangre. Sus hábiles mandobles cegaron a un par de enemigos con las mangas de su ropa, repartieron cortes y sablazos por doquier y brazos, piernas y cabezas volaron por los aires y cayeron al suelo como el mijo recién segado.
Los Ishizaki borrachos no eran ninguna amenaza para dos samuráis sobrios y concentrados. Los dos primos aprovecharon la ocasión y descargaron su cólera contra el enemigo. Nadie escapó con vida pues Yoshi se había asegurado de atrancar la puerta trasera de la taberna por orden de Okura. Cuando terminó la masacre, el suelo de madera de la taberna estaba completamente empapado de sangre. Solo el tabernero se apresuró a arrodillarse ante ellos y les suplicó clemencia. «¡Solo soy un tabernero, no tengo nada que ver con ellos!», les aseguró. Los samuráis se limitaron a mirarlo con desprecio y limpiaron el filo de sus espadas. Poco se imaginaban que, años más tarde, lamentarían haber sido misericordiosos con aquel tabernero de aspecto humilde... En aquel momento, no obstante, no podían sospechar nada, así que se dedicaron a hacer acopio del botín obtenido: un número considerable de armas y armaduras enemigas y doce caballos. Nada despreciable para tratarse de una incursión nocturna contra un pueblo bajo el yugo ishizaki. Antes de abandonar la taberna, Okura y Kyosuke cortaron las cabezas de los soldados muertos para mostrarlos como trofeo al señor Hosokawa. Esa misma noche volvieron a la fortaleza de Shimada y a la mañana siguiente se reunieron con Hosokawa y le explicaron lo sucedido.
—Habéis demostrado gran valía al conseguir liberar a una villa del yugo de los Ishizaki en una sola noche —les felicitó Hosokawa—. Con cada proeza que conseguís demostráis que mi hermanastro no se equivocó al confiaros el futuro de su legado —los Kuroki agradecieron aquellas palabras con una reverencia y esperaron a que su señor prosiguiera—. Ahora que tenéis las armaduras, podemos poner en marcha vuestro plan. Descansad hoy y preparaos para salir mañana al alba.
Con esto, el daimio se retiró a sus aposentos y los tres Kuroki descansaron hasta el día siguiente. El hecho de adentrarse en su tierra natal pertrechados con armaduras ishizaki significaba internarse en la guarida del lobo. Sin embargo, así podrían asestar un golpe demoledor a la invasiva estrategia ishizaki. De hecho, era la única esperanza que tenían: desestabilizar de algún modo el ejército enemigo atacando en su mismo centro y así poder evitar la ofensiva que sin duda iba a llegar antes o después del invierno y a la que no podrían hacer frente de ninguna otra manera. Esa noche, todos tuvieron sueños intranquilos. Pero Togama más que ninguno. En su sueño, se encontraba en un gran claro de un bosque, sentado de rodillas. A su alrededor, una multitud de seres vestidos con ropajes blancos debatían entre ellos y murmuraban entre sí mientras le dirigían miradas de desaprobación. En el centro del claro, a varios pasos ante él, se alzaban dos seres de rasgos fantásticos con expresión ceñuda. El ser humanoide de piel azul y rasgos serpentinos fue el primero en hablar, y entonces todos callaron para oírlo.
—Este sacerdote finge seguir la vía de los kami —anunció señalando a Togama—, pero no nos respeta, pues me prometió erigir un santuario en mi honor a cambio de mi ayuda, ¡y aún no ha hecho nada para satisfacer la deuda!
—Su insulto es doble —añadió el otro, más bajito y con cabeza de ratón—. A mí me prometió una gran ofrenda de arroz a cambio de mi ayuda, ¡y aún no he visto ni un grano!
—¡Habría cumplido ambas promesas sin falta, pero me ha resultado imposible! —se excusó Togama—. ¡Denme un poco más de tiempo! ¡Se lo ruego!
El sacerdote despertó sobresaltado repitiendo aquella súplica. Tras serenarse, se dirigió al santuario doméstico de la fortaleza. Allí se arrodilló y rezó para que su propia misión de cumplir la promesa hecha a los dos kami de Numazu no supusiera ningún contratiempo para la meta crucial que debía llevar a cabo con sus primos. Rezó también para poderles ser de ayuda hasta que llegara a recuperar la confianza de los kami.
Poco antes del amanecer, los tres samuráis, ya aprovisionados y mentalizados, se pusieron las armaduras del enemigo, no sin sentir cierta repulsión. Finalmente, emprendieron la marcha. Al cabo de un par de horas avanzando al trote por los bosques de las colinas cercanas, vieron a una patrulla ishizaki en la ladera de una loma avanzando por el camino en su dirección. Estaba formada por quince jinetes, así que la opción de combate estaba más que descartada. Sin que les llegaran a ver, los tres samuráis se escondieron con los caballos a un lado del camino, en la espesura del bosque. Por fortuna, la patrulla pasó delante de ellos sin verlos. Una vez pasado el peligro, siguieron a caballo hasta llegar a una pequeña aldea. No tenía nada destacable excepto una atalaya con un estandarte ishizaki verde bien visible. Tuvieron que reprimir el impulso de cargar contra sus enemigos pero pasaron cerca de la población sin que surgiera ningún problema. Una vez pasada la aldea, decidieron tomar de nuevo la ruta del norte y evitar la costa donde seguramente habría muchas más patrullas. Sin embargo, la suerte quiso que al empezar a anochecer se toparan de bruces con una patrulla igual de numerosa que la anterior. La formación había surgido de un recodo del camino perpendicular al de los Kuroki. Sin posibilidad ya de esconderse, los samuráis actuaron como si nada y dejaron que el jefe de la patrulla ishizaki les cuestionara:
—¡Alto! ¿Quién va? —preguntó incisivamente al ver una patrulla tan anormalmente pequeña.
—Saludos, soy Murashige —respondió Okura recordando al vuelo el nombre de una de las casas vasallas de su odiado enemigo—. Nos dirigimos con urgencia a Numazu para entregar un mensaje de suma importancia para el señor Akira.
Al nombrar al hijo de su daimio, el jefe de la patrulla enemiga cambió de semblante y pareció relajarse.
—Hombre, ¿al joven señor? ¡Vaya! En ese caso, ¿nos haríais el honor de hacer noche con nosotros? Justamente estábamos pensando montar un campamento por aquí y descansar hasta mañana.
—Por supuesto, será un honor para nosotros también —respondió Okura mientras dirigía una mirada de complicidad a sus parientes.
Así pues, y contra todo pronóstico, Yoshi y los tres Kuroki compartieron cena y noche entre quince guerreros del ejército enemigo. Okura, dotado de mejor habilidad oratoria que los demás, intercambió historias con el líder de la patrulla. Kyosuke y Togama procuraron no hablar mucho para no correr el riesgo de levantar sospechas y se justificaron arguyendo que estaban muy cansados de cabalgar a caballo. Aun así, se acostaron con sus armas bien cerca por si las cosas se torcían. Finalmente, todos se durmieron y la noche transcurrió sin problemas. Antes del alba, se despidieron rápidamente arguyendo la urgencia de su misión y dejaron atrás a la patrulla. Ninguno de ellos daba crédito a lo ocurrido. Habían compartido noche con el enemigo y habían salido vivos. Sabían que esa treta no iba a funcionar siempre, pero aquella mañana agradecieron a los budas que todo hubiera salido bien.
Cabalgaron durante dos días más. Ya era noche cerrada del segundo día cuando llegaron a Sukarō, el pueblo por donde ya habían pasado en su huida de Numazu. Decidieron no tentar a la suerte otra vez y rodear el pueblo. Mientras avanzaban entre los árboles, los agudos oídos de Kyosuke captaron los gritos de una mujer pidiendo auxilio y su profundo odio por los Ishizaki se impuso a la importancia de la misión. Separándose del resto del grupo, desmontó del caballo y se internó a paso rápido por los campos de arroz para ver qué ocurría mientras desenvainaba su katana en silencio. Sus temores no eran infundados. Cuando deslizó la puerta de la humilde casa de donde procedían los gritos, se encontró a un par de guerreros ishizaki tratando de forzar a una joven. La madre de la chica estaba llorando en un rincón, rogando piedad a los Ishizaki. Okura, que había ido a regañadientes tras su primo al prever problemas, cargó también sin pensárselo dos veces contra los dos rufianes. El mayor de los Kuroki no dio tiempo a su oponente de reaccionar y lo mató de un solo tajo. Sin embargo, el adversario de Kyosuke estaba observando a su compañero antes de que los Kuroki entraran, por lo que no estaba tan ocupado y tuvo más tiempo para defenderse, pero también acabó cayendo ante el ímpetu del joven samurái.
De repente, se oyeron voces afuera.
—¡Eh! ¡¿Qué pasa ahí?! ¿Por qué estáis luchando?
El entrechocar del acero había alertado a otros guerreros enemigos, que ahora se dirigían hacia la casa donde se encontraban. Sin tiempo para pensar, Kyosuke usó toda su fuerza bruta para echar uno de los cadáveres por la ventana, ayudado por Okura. Susurraron a la mujer que intentara disimular para que no entraran los guardias y ganar tiempo para escapar. La treta funcionó y los guardias parecieron alejarse mientras comentaban:
—Bah, estas mujeres de las montañas están todas locas. Cuando conquistemos la parte occidental de la provincia me voy a quedar con todas las mujeres, ¡ja ja ja!
Togama apareció entonces en la casa y, al comprender la situación y ver toda la sangre que manchaba los tatamis, susurró a sus primos:
—Dadme un momento mientras limpio esta sangre. Aprovechad para sacar el otro cadáver de aquí. Suficiente hemos tenido por hoy ya.
El sacerdote extendió sus manos y mientras recitaba una plegaria, la sangre se evaporó y desapareció del suelo sin dejar rastro de la matanza. Una vez estuvo todo limpio, le dieron un par de monedas a la madre, que se postró a sus pies alabando la compasión de los samuráis mientras vertía sus lágrimas en el suelo.
Los tres samuráis salieron por la ventana para evitar ser vistos y ocultaron los dos cadáveres cubriéndolos con el barro de los campos de arroz. Para disimular los ruidos del chapoteo, Togama improvisó un croar de ranas que imitó perfectamente gracias a sus largas horas de meditación en la naturaleza. Cuando se hubieron asegurado que nadie los había visto, huyeron del pueblo, montaron de nuevo en sus caballos y no se detuvieron hasta haber cruzado el puente a cierta distancia por el camino al otro extremo de la aldea. Una vez allí, se internaron en la profundidad del bosque con los caballos y se echaron a descansar entre la maleza hasta el siguiente amanecer. Cuando cruzaran el siguiente río, ya estarían en sus tierras. Y sería entonces cuando iban a correr los mayores riesgos...
* * *
Y hasta aquí el noveno capítulo. En el próximo episodio, los tres protagonistas se adentran en su tierra natal, ocupada ahora por las tropas del daimio Ishizaki. ¿Conseguirán su objetivo? ¿Seguirá funcionándoles el disfraz? Sigue leyendo más aventuras samuráis en el capítulo: Como fantasmas en su propia tierra.
Por otro lado, este relato se basa en una partida de rol. Si quieres saber lo que pasó entre bambalinas, puedes mirar al otro lado de la pantallas del máster en: El camino de la venganza: las notas del máster.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No sé yo qué futuro tiene esa incursión sigilosa en territorio enemigo si a cada paso van metiéndose en líos :D. Tengo muchas ganas de leer la siguiente.
ResponderEliminar¡Je, je! Tienes razón, Cubano. En realidad, lo hicieron bien, pero fue el malvado máster quien forzó un poco la situación para darle más vidilla... 😈
EliminarMe ha gustado eso de "improvisó un croar de ranas que imitó perfectamente gracias a sus largas horas de meditación en la naturaleza". No puedo quitarme la imagen de la cabeza del monje croando a los kamis en sus largas plegarias hehe.
ResponderEliminarSí, queda un poco raruno e infantil en el relato, pero es que el jugador sacó un crítico en la tirada... Y hubo que buscar una explicación a eso (!). xD
Eliminar