El cronista de la casa sigue relatándonos las gestas y hazañas que se vivieron en esta
campaña de RuneQuest o Mythras. Y como ya terminamos de jugar la campaña
Samuráis de Suruga, el esfuerzo y la dedicación que vierte en estas crónicas me parece aún más loable y meritorio que antes. Como nos contó en el
capítulo anterior, los samuráis protagonistas desvelaron
secretos inquietantes, pero también respiraron tranquilos al saber que habían pospuesto la ofensiva de su odiado enemigo. Sin embargo, pronto se embarcaron en
nuevas aventuras. Sigue leyendo para descubrirlas...
Poco a poco, la primavera fue devolviendo el color a los campos y bosques alrededor de la fortaleza de
Shimada. Aunque tardaron algo más de lo habitual, finalmente los cerezos se vistieron con su festivo color rosado. Sin embargo, el alegre despertar de la naturaleza no contagiaba en absoluto el corazón de los samuráis supervivientes de la familia
Kuroki. Estaban muy lejos de relajarse, de hecho, pues tenían muchos asuntos que solucionar. Y aunque no fuera así, ¿cómo podían olvidar la matanza de sus padres, hermanos, hermanas y seres queridos en manos de las
tropas ishizaki? La sangre les hervía de ira.
Desde la colina donde se alzaba la modesta fortaleza del
hermanastro de Tadano, Okura y Kyosuke escrutaban las tierras que se extendían hacia al este a lo largo de la
franja de tierra entre las montañas y el mar. Tierras ahora ocupadas por el enemigo. Tras la tierra de nadie que hacía de nueva frontera, se alzaba el primer pueblo del tramo de costa:
Shizuoka. Y a lo lejos, tras muchos otros pueblos de la bahía, la majestuosa forma del
monte Fuji señalaba un objetivo que era a todas luces imposible. No tenían fuerzas para emprender un contraataque y eso se añadía a la frustración de los jóvenes samuráis. Se habían pasado todo el invierno temiendo la llegada del ejército ishizaki. Y ahora que por fin sabían que no iba a venir, las salas de invitados de Hosokawa les agobiaban y pasaban fuera todo el tiempo posible.
Kawazu llegó para avisarles de que el señor
Hosokawa ya estaba listo para recibirles. Momentos más tarde, Togama se unió a ellos mientras se dirigían hacia la sala de audiencias.
—Su señoría —empezó
Okura mientras hacía una profunda reverencia. Su ceño fruncido delataba una determinación irrefrenable y el peso de la responsabilidad recién adquirida. Al fin y al cabo, tras la muerte de toda su familia, ahora él era
el cabeza del clan Kuroki—. Hemos sabido que las tropas del señor Ishizaki que ocupan los pueblos del camino de la costa han empezado a hacer incursiones por los alrededores, oprimiendo a los campesinos. Sabemos que no van a recibir refuerzos pronto, por lo que podría ser adecuado tratar de detenerles. No debemos tolerar que hagan lo que les plazca y...
—Okura —le interrumpió Hosokawa—, sé que por tus venas y las de muchos otros samuráis supervivientes corren los deseos de
venganza. A mí también me gustaría vengar la muerte de mi hermano. Pero no disponemos de las tropas suficientes para iniciar un contraataque. Apenas podríamos defender esta fortaleza de una ofensiva y no puedo permitirme perder a más hombres.
—Le pido disculpas, señoría —intervino rápidamente Okura—, si parezco temerario, y comprendo perfectamente su situación. Aun así, Togama, Kyosuke, Kawazu y yo hemos pensado en un plan que queríamos proponerle humildemente. Si nos prestara solamente a veinte hombres, le prometo que
recuperaremos el pueblo de Shizuoka de las manos del enemigo. Si su señoría accede, vuestros artesanos podrían fortificarlo rápidamente después y guarnecer allí tropas. Este emplazamiento nos permitiría retrasar mejor una posible ofensiva de Ishizaki en el futuro. Y en caso de que el enemigo lanzara un ataque por sorpresa, un puesto defensivo en Shizuoka nos daría al menos el tiempo necesario para organizar mejor la defensa de Shimada.
El señor Hosokawa se mesó la barba unos instantes, mirando fijamente a Okura.
—Está bien —respondió finalmente—, te prestaré a
diez de mis hombres, y a ninguno más, y espero que tu plan sea lo bastante bueno como para que volváis todos con vida. Además, piensa que si las tropas que ocupan Shizuoka reciben ayuda del pueblo siguiente, estaréis en problemas, y yo habré perdido a más hombres.
Los samuráis asintieron ante las nuevas órdenes y se retiraron. Durante la semana anterior, Okura ya había espiado desde la lejanía el pueblo de
Shizuoka y había calculado la cantidad de guerreros que podían estar guarnecidos en el interior de su empalizada. Esperaron dos días a que Hosokawa hubiera movilizado las tropas y los artesanos que debían reforzar la posición una vez tomado el pueblo. En la noche del segundo día, se pusieron en marcha.
Se dirigieron con una
escuadra de diez samuráis a un bosque cercano al pueblo donde el camino que conducía a Shizuoka hacía un recodo para rodear la base de una colina. Tendieron unas
cuerdas a ras del suelo, de un lado a otro del sendero. Las ocultaron con tierra y hojas y ataron unos extremos a los árboles y los otros a varios caballos. Luego, cavaron unas zanjas y también las ocultaron lo mejor que pudieron. Una vez preparada la
trampa, se ocultaron entre la espesura a ambos lados del camino. Poco después del amanecer, un pequeño grupo de jinetes se dirigió hacia
Shizuoka para atraer al enemigo. No les costó demasiado. En cuanto los vigías divisaron los estandartes de Hosokawa, dieron la voz de alarma, se abrió el portón de la empalizada y emergió una escuadra de jinetes de Shizuoka. Sin duda esperaban dar una lección a los insolentes hombres de Hosokawa que se habían atrevido a acercarse tanto al poblado.
Los jinetes de Hosokawa emprendieron la
retirada tan pronto como vieron a sus enemigos. A su vez, el grupo que esperaba junto al camino agarró las cuerdas con fuerza, esperando el momento justo para espolear a los caballos y tensarlas de repente. De súbito, los jinetes que hacían de cebo llegaron al galope y se internaron en el bosque. Instantes después, la patrulla de soldados ishizaki dio la vuelta al recodo galopando,
las cuerdas se tensaron dos palmos por encima del suelo y los primeros jinetes enemigos nada pudieron hacer por evitarlas. Todos los caballos menos un par tropezaron con las cuerdas y cayeron rodando por el suelo entre una
cacofonía de gritos y
relinchos. Entonces salieron los samuráis escondidos y dieron rápida cuenta de los jinetes caídos, procurando no dañar los caballos que iban a resultar muy provechosos. Un samurái de la vanguardia que no había caído en la trampa detuvo su caballo y dio media vuelta. Al ver que su grupo se había reducido drásticamente en un instante, se lanzó a la carga para tratar de llevarse por delante a tantos como pudiera antes de caer.
Kyosuke, concentrado igual que los demás en
rematar a los jinetes que se encontraban en el suelo, no se percató de que el enemigo que había eludido la trampa daba
media vuelta. Cuando los sonidos de cascos finalmente captaron su atención, ya era demasiado tarde para apartarse de su camino, así que no le quedó otra que alzar su katana y defenderse. El jinete ishizaki se inclinó hacia delante
blandiendo su lanza. Sin embargo, la ira del jinete era menor que las ansias de venganza y supervivencia de
Kyosuke, que detuvo el golpe con sorprendente facilidad. La repentina y osada defensa de Kyosuke tomó desprevenido al jinete y provocó su caída. No tardó mucho en dejar este mundo, ya que los demás samuráis se abalanzaron sobre él.
Una vez cumplida la primera parte del plan, los samuráis de Hosokawa se pusieron en marcha para la segunda parte:
el asalto a Shizuoka.
***
Kyosuke y dos samuráis más dieron un gran rodeo al pueblo por las
colinas del norte hasta llegar a un bosque cercano al
puente junto al portón oriental de la empalizada. Su objetivo era permanecer ocultos hasta que Okura y los demás llegaran por el oeste y atrajeran toda la atención de la guarnición. Entonces, Kyosuke quemaría el puente y se uniría a la batalla, cortando así
cualquier vía de escape y de ayuda exterior. Solo debía esperar a oír los primeros sonidos de batalla para salir de su escondite y poner en marcha su parte del plan.
Ocultos en una arboleda de bambús,
Kyosuke y los dos samuráis aguardaban la señal. El tiempo pasaba lentamente. De pronto, a lo lejos, oyó un ruido. No era un entrechocar de espadas sino unos
pasos que se acercaban. Una pareja de ashigaru estaba haciendo su guardia por aquella zona. Kyosuke hizo una señal con la cabeza al samurái de Hosokawa que se encontraba al otro lado del camino y se prepararon para salir a su encuentro. Aguardaron hasta el último momento y, cuando los ashigaru pasaron de largo, los agarraron por el cuello y por la boca para evitar que dieran la alarma. Tras un leve forcejeo,
sus cuerpos caían inertes en el suelo. Los ocultaron cerca de ellos y siguieron esperando. Al cabo de unos minutos, se acercó otra patrulla igual que la anterior. «Deben de venir a investigar por qué la anterior patrulla no ha vuelto», se dijo Kyosuke. «Tranquilos, vosotros tampoco volveréis».
De nuevo, permanecieron ocultos y, con la misma táctica, se quitaron de encima dos problemas más. Al ver que pasaba el tiempo y no llegaban más patrullas, supusieron que ya se habían encargado de todos los obstáculos que les separaban del
puente. Pero cuando se disponían a acercarse al portón, vieron salir a
dos jinetes acompañados de algunos
ashigaru que no se movieron de la puerta. El grupo se detuvo en seco y se ocultó de nuevo. No dudaban de poder encargarse de ellos en una situación normal, pero debían esperar a que Okura diera la señal o todo el plan se iría al traste. «Vamos, hermano», pensaba Kyosuke. «No tardes tanto, que ya sabes que odio esperar...».
***
Okura esperó a que el
grupo de avanzadilla se perdiera de vista en el bosque de la colina y entonces empezó a contar mentalmente, dando tiempo a su hermano para llegar hasta la posición cercana al puente. Cuando consideró que había esperado lo suficiente, dio la orden de
avanzar. Todo el grupo se había cambiado las corazas por las
armaduras lacadas de verde de los guerreros ishizaki muertos. Al acercarse a la entrada del pueblo, los soldados que montaban guardia en lo alto del portón hicieron sonar la campana para avisar del retorno de sus samuráis.
—¿Qué, cómo ha ido? —preguntó el guardia, gritando desde lo alto de la empalizada.
—Lo que suponíamos —contestó Okura, también gritando—. Unos listillos. Les hemos dado una buena lección —a Okura le pareció ver que el guardia hacía un gesto de extrañeza al escuchar su voz, así que se apresuró a añadir—: ¡Abre de una vez!
Tras unos instantes que a
Okura se le hicieron eternos, el guardia dio la orden de abrir el portón. Los samuráis de Hosokawa, así como Kawazu y Okura, fueron entrando en el pueblo vestidos con las armaduras de sus enemigos. Okura, que iba en cabeza, volvió la vista para asegurarse de que todos hubieran pasado por las puertas.
—¡Atacaaad! —gritó entonces mientras alzaba la lanza por encima de la cabeza.
Al instante, todos
los jinetes cargaron contra los samuráis de Ishizaki que se encontraban por las calles del pueblo. Algunos lograron encaramarse a tiempo a la pasarela que recorría la cara interior de la empalizada para acabar con los
arqueros antes de que tuvieran oportunidad de lanzar una lluvia de flechas contra ellos. El resto cargaron contra
cualquier hombre armado. Los jinetes se fueron dispersando por el pueblo a medida que los primeros enemigos caían y más refuerzos se aproximaban procedentes de otras partes del poblado.
Los gritos y el entrechocar del acero era lo que el grupo de
Kyosuke estaba esperando oír. Mientras los defensores del portón se concentraban en los ruidos a sus espaldas, la escuadra de Kyosuke salió de su escondite y avanzó hacia ellos.
Al mismo tiempo,
Kawazu espoleó a su caballo para entablar combate contra ese mismo grupo. Al verlo cargar hacia ellos, el samurái ordenó a los ashigaru
afianzar sus lanzas contra el suelo para hacerle frente. Impertérrito, Kawazu se lanzó a caballo contra las lanzas apuntadas contra él. Su lanza fue la primera en derramar sangre al arrancar la vida a uno de los ashigaru, pero su temeridad le salió cara cuando una de las lanzas enemigas le ensartó la pierna y se hundió profundamente en la carne. Pese al tremendo dolor, Kawazu aguantó el tipo sin caer del caballo.
En ese momento llegó
Kyosuke con los dos guerreros. Aprovechando que el ashigaru enemigo estaba concentrado intentando extraer la lanza del muslo de Kawazu, uno de los samuráis de Hosokawa
le ensartó el pecho por el flanco, rompiendo costillas y perforando órganos. Al mismo tiempo, Kyosuke asestó un
potente tajo contra el torso del jinete que lo hizo caer del caballo. El samurái enemigo logró ponerse en pie rápidamente, pero Kyosuke ya descargaba un
golpe vertical que le rajó la pierna y cuya potencia le obligó a soltar el arma.
Mientras tanto,
Okura hizo girar a su caballo y se lanzó a la carga contra el jefe de la guardia en la empalizada. Apuró hasta el último segundo, haciendo caso omiso de las flechas que le llovían desde las almenas y arremetió contra el enemigo con toda la fuerza su lanza, apoyado por la velocidad del caballo. El líder de la tropa ishizaki esbozó un gesto de incredulidad antes de precipitarse al suelo, sangrando a borbotones.
Kyosuke y
Kawazu parecían la noche y el día. Mientras el primero descargaba
golpes mortíferos a diestro y siniestro, el otro se esforzaba para sacarse la
lanza clavada en la pierna. Al final se hartó, cogió aire y se sacó la lanza con una rápida y brusca sacudida que le hizo ver las estrellas. Uno de los adversarios de Kyosuke se desembarazó del combate y montó a caballo con la intención de
huir. Kyosuke montó a su vez en uno de los caballos enemigos y
partió al galope tras él. Tenía que alcanzarlo antes de que pudiera llegar al siguiente poblado o se daría la voz de alarma y se complicarían mucho las cosas. El jinete enemigo cabalgaba a toda velocidad seguido de cerca por Kyosuke, que espoleaba frenéticamente a su caballo. A través de las copas de los árboles empezaban a divisarse a lo lejos los tejados del siguiente poblado bajo control de los Ishizaki.
Montar a caballo nunca había sido el fuerte de
Kyosuke. Siempre había preferido el combate a pie, uno contra uno en terreno igualado. Pero en lo que sí era experto era en demostrar su
ímpetu. Espoleó el caballo hasta los límites del animal, que galopaba resollando prácticamente sin aliento. Tanto los jinetes como sus monturas estaban
al límite de sus fuerzas. Kyosuke solo necesitaba unos metros más para alcanzar a su enemigo. Unos metros decisivos para la batalla que se libraba en el pueblo. Se inclinó hacia el lado derecho del caballo, estiró el brazo con el que sostenía la katana hasta casi entrar en contacto con el otro caballo y lanzó un corte vertical. La fortuna hizo que el ataque desesperado cortara una de las
cinchas traseras de la silla del enemigo y el jinete ishizaki se vio de repente manteniendo el equilibrio para no caer. Ese esfuerzo le impedía seguir espoleando el caballo y gracias a eso Kyosuke logró llegar a su altura. El jinete enemigo volvió el rostro justo a tiempo para ver cómo una katana caía sobre él con un
tajo horizontal.
El samurái salió despedido de su silla a gran velocidad y rodó varios metros por el suelo levantando grandes nubes de polvo. Kyosuke frenó su caballo de inmediato y dio media vuelta. No necesitó rematarlo. Si tenía alguna herida de la batalla en el pueblo, el corte horizontal y la caída ya habían hecho el resto.
De regreso al poblado se encontró con
Kawazu.
—¿Y bien? —le preguntó el samurái taciturno a quien no parecía importarle la herida que tenía en la pierna.
—Ha ido por poco, pero lo he cazado —respondió Kyosuke—. Unos metros más y los del siguiente poblado me hubieran visto. No sabía que me habías seguido.
—Me fue imposible alcanzaros. Os seguí al galope por si te podía ayudar de algún modo, pero en mi estado dudo mucho que hubiera podido hacer algo —Kawazu se encogió de hombros y, entonces sí, miró el lamentable estado de su pierna.
—Uf... —dijo Kyosuke haciendo una mueca—. Eso tiene mala pinta. Vamos, regresemos al poblado antes de que te quedes cojo. No sé ni cómo has podido cabalgar con esa pierna...
Al volver a
Shizuoka comprobaron que ya hacía rato que
había terminado todo. Los samuráis de Hosokawa habían logrado hacerse con el poblado con un coste de tres muertos y cinco heridos, nada mal teniendo en cuenta el número que eran y las acciones que habían realizado. Se hicieron algunos prisioneros para interrogarlos y se enviaron mensajeros a Hosokawa.
Togama también llegó entonces. De nuevo reunidos, los cuatro samuráis hablaron acerca del resultado de la batalla y sobre lo que debían hacer a continuación.
—Esto aún no ha acabado —les recordó Okura—. Aún queda trabajo por hacer...
***
Al amanecer, una patrulla de
quince jinetes ishizaki se acercó al poblado por el lado del puente, por donde había intentado huir el jinete el día antes. Okura salió a su encuentro.
—¿Qué queréis, malditos perros? —vociferó—. ¡No tenéis nada que hacer aquí! ¡Este pueblo ha sido devuelto a su antiguo señor! ¡Largaos!
Los samuráis ishizaki no contestaron. Algunos de los que estaban al frente hablaron entre ellos y momentos después se colocaron todos en formación. Los defensores tensaron sus arcos desde lo alto de la empalizada.
Lanzando un grito de guerra, la patrulla enemiga
se lanzó a la carga. Pero no habían pasado ni tres segundos cuando el puente sobre el que cargaban
empezó a crujir peligrosamente. Un instante más tarde, la mitad de la patrulla caía al río junto con el puente. Y los que lograron cruzarlo a tiempo murieron
acribillados por las flechas de los defensores. El resto dio media vuelta y
huyó al galope por donde habían venido. No regresaron. Ese mismo día, cuarenta samuráis de Hosokawa llegaron a Shizuoka para afianzar su posición en el pueblo y Kawazu y los tres Kuroki regresaron a Shimada.
—Os felicito una vez más —les dijo Hosokawa visiblemente satisfecho—. Hemos asestado un duro golpe a los Ishizaki y hemos recuperado las tierras alrededor de Shizuoka. Habéis conseguido alejar la frontera. Como recompensa por vuestra valentía y vuestro éxito, he decidido recompensaros con esas tierras que habéis reconquistado. Cuidad de ellas y seguid cosechando éxitos.
Los Kuroki le dieron las gracias postrándose hasta tocar el suelo con la cabeza y se retiraron. Esa misma primavera
se instalaron en las tierras recuperadas, poniendo orden y supervisando la construcción de las fortificaciones. El verano dio paso al otoño y luego llegó el invierno, el cual fue especialmente crudo en la región. Algunos campesinos murieron a causa del frío pero al fin y al cabo, algún anciano siempre caía presa de las bajas temperaturas. Nada inusual para aquellas épocas.
A duras penas el invierno fue pasando, dando lugar a una nueva primavera aún fresca. En uno de esos días, Kawazu convocó a los samuráis Kuroki a su modesta mansión.
—Gracias por acudir a mi llamada, señores Kuroki. Durante este invierno he estado deambulando por la zona haciendo... mis pesquisas y he descubierto a un hombre que quizás les pueda ayudar a entender qué le ocurre al hijo de nuestro difunto daimio. Es un
experto en demonología y ha hecho varios
exorcismos con éxito. Quizás quieran ir a hablar con él.
—Mmm... —musitó pensativo Okura—. No veo por qué no, no perdemos nada.
Así hicieron, guiados por Kawazu. Se internaron por las montañas al norte de la fortaleza de Hosokawa, sin seguir un camino concreto. Kawazu encabezaba la marcha yendo a través del bosque, fijándose en marcas de los árboles y otras señales. Finalmente llegaron a
una pequeña cabaña destartalada pero con signos de estar habitada. Un huerto humilde a su lado era todo cuando había a su alrededor.
Kawazu entró primero e hizo señales a los demás Kuroki para que entraran. El hombre que encontraron era calvo, entrado en años y con rosarios en el cuello y los brazos. Llevaba unas ropas amplias a modo de túnica. La habitación donde se encontraba estaba llena de
pergaminos con inscripciones religiosas, muchos rosarios, y escritos que ni Togama supo descifrar.
—Saludos, nobles Kuroki, les estaba esperando. Conozco su situación. ¿Han traído al niño?
Kyosuke, que se había mantenido cerca de la entrada por si las cosas se torcían, se acercó con el
heredero de Tadano. A su vez,
Togama echó un vistazo al
mundo invisible para ver qué tipo de poderes, si los tenía, usaba aquel hombre. Se quedó sorprendido al ver que en sus abalorios y fetiches guardaba diversos espíritus malvados: de la enfermedad, de la muerte, de la mala suerte... Supuso que sería para contrarrestar los casos con los que se encontrara.
Cuando el hombre cogió al bebé en brazos soltó un grito y sus ojos se estrecharon como si hubiera visto al peor de los horrores.
—¡Por todos los kami! ¡Nunca había visto algo igual! ¿Qué clase de maldición pesa sobre este niño? —preguntó atónito.
—Pues... —empezó Okura, sin saber qué responder—. Esperábamos que usted nos lo pudiera decir. Sólo sabemos que un hechicero muy poderoso le lanzó una maldición. ¿Puedo deducir por su impresión que se trata de una maldición muy poderosa?
—Así es. Nunca había visto nada parecido a este nivel de maldad. Necesitaré todas mis fuerzas para anularla, y aun así, no sé si seré capaz —acto seguido se levantó y se fue a la habitación de al lado. Regresó con once velas negras—. Antes de empezar, unas palabras de advertimiento: pase lo que pase aquí, no interfieran. Cualquier interrupción puede resultar más letal que un exorcismo fallido.
Los demás se retiraron a una distancia prudencial pero
sin dejar al bebé muy lejos. El exorcista dispuso las velas en un patrón circular con el bebé en medio del círculo. Cerró los ojos y empezó a rezar en sánscrito. Al cabo de poco, le empezó a sangrar la nariz, posteriormente los oídos y unos segundos después, aparecieron en su cuerpo
dos heridas sangrantes, como si una bestia invisible le hubiera atacado allí mismo con sus garras. Sin embargo, el exorcista seguía impasible al dolor con sus rezos. De repente, un súbito vendaval apagó todas las velas de golpe. Con un hilo de voz, les dijo: «Volved... en dos días...».
Y se desmayó. Los Kuroki recogieron al bebé del círculo de velas humeantes. No presentaba ninguna herida ni señal. Dejaron al hombre allí tendido y se marcharon. Al cabo de dos días regresaron y el exorcista se disculpó y admitió que aquella maldición estaba
más allá de sus capacidades. Agradecieron la ayuda del hombre y se marcharon abatidos hacia la fortaleza de Hosokawa para darle las malas noticias.
Después de aquel, consultaron a
otros muchos sabios parecidos, pero ninguno supo ayudar a su jovencísimo señor. Los samuráis se retiraron a sus nuevos hogares y pasaron dos largos años ocupándose de sus nuevas obligaciones. En toda
la provincia de Suruga, cada invierno fue más crudo que el anterior.
Mientras
Kyosuke practicaba con su espada y
Togama atendía los santuarios de la zona,
Okura estuvo ocupado visitando la provincia de Totomi situada al oeste donde gobernaba el clan
Imagawa. Las negociaciones que había iniciado prosperaban y logró impresionar a los vasallos de Imagawa con los que se reunía gracias a sus
modales corteses y sus conocimientos de la
ceremonia del té. Además, Hosokawa le pidió colaborar para iniciar tratos con la provincia de
Shinano al norte, regida por el clan
Onoue. Así empezaron las negociaciones de posibles alianzas, en las que todos los vasallos de Hosokawa tenían puestas sus esperanzas ante la más que probable invasión de
Ishizaki en un futuro no muy lejano. Se intercambiaron juegos de té, sedas y cumplidos como muestras de buenas intenciones.
Una vez asentados en sus
nuevos dominios en Shizuoka y los alrededores,
Okura tomó de nuevo su papel de
cabeza de la familia Kuroki. «Esto es lo que mi padre nos habría dicho si aún estuviera vivo», pensó Okura con cierta melancolía. Entonces se reunió con su hermano Kyosuke y con su primo Togama y les dijo que debían empezar a pensar en
buscar una esposa adecuada. A su edad, y dado que ya poseían tierras, pronto la gente empezaría a preguntarse por qué no se habían casado todavía. Así que Okura se puso manos a la obra y pidió a Hosokawa que le aconsejara una buena
casamentera para buscar esposas adecuadas para Kyosuke y Togama. Gracias a los ingresos que les generaron sus nuevas tierras, los Kuroki pudieron costearse los gastos de la casamentera y de las
bodas subsiguientes. Aquellas modestas pero festivas ocasiones habrían aportado una
pequeña medida de felicidad a los Kuroki después de las desgarradoras desgracias que había padecido su familia. Sin embargo, el hecho de que sus
padres y
hermanos no estuvieran presentes hizo que las dos bodas fueran
acontecimientos agridulces. Aun así,
Togama consiguió una esposa inteligente y trabajadora de buena familia, llamada
Yumiko, y
Kyosuke tuvo aún más suerte y la casamentera logró emparejarlo con,
Mayumi, la hija de uno de los vasallos de confianza de Hosokawa. Aunque las primeras cosechas de sus tierras no fueron nada buenas, gracias a las
dotes de sus esposas los dos samuráis pronto gozaron de aún más tierras de las que ocuparse.
Por su parte,
Kawazu se negó a buscar esposa. Los Kuroki se extrañaron de la actitud de su amigo, pero este afirmó que no quería casarse
nunca. Sin duda sus camaradas lo habrían tomado por loco si Kawazu les hubiera confesado que él estaba
casado con la muerte... Pero no lo hizo, claro. «Ellos no pueden entenderlo», se repetía para sí
Kawazu. Una repentina corriente de frío le confirmaba que su
etérea amiga estaba de acuerdo. De hecho, sin que sus compañeros lo supieran, Kawazu aprovechó una epidemia que se extendió entre la aldea en su señorío para ofrendar los campesinos moribundos a su shinigami protectora. Además, se ofreció voluntario a Hosokawa para que le asignara las misiones más peligrosas que se le ocurrieran. Para estar lo más cerca posible de la
muerte, claro.
***
Y hasta aquí el décimo cuarto capítulo de la saga
Samuráis de Suruga. En el próximo capítulo:
secretos, versos y cerezos. No te lo pierdas porque es uno de los episodios del que los jugadores tienen
mejor recuerdo de toda la campaña (
según confesaron al terminarla). Ya
puedes leerlo aquí. También puedes descubrir los
detalles de juego de las partidas que dieron lugar al relato que acabas de leer en
La reconquista de Shizuoka: las notas del máster.