Los preparativos de la batalla
Nada más llegar al castillo, los tres jóvenes samuráis del clan Kuroki corrieron sin dilación a informar al daimio de los planes del ejército de Ishizaki. De inmediato, se convocó una reunión de urgencia con todos los jefes de los clanes vasallos de la zona para acordar el plan de batalla.
A Okura, que quería asistir a la asamblea para expresar su opinión e intentar convencer al daimio de su propuesta, no le quedó otro remedio que usar todas sus dotes oratorias para conseguir un puesto en el debate. Aun sin mucho éxito, su padre, Kuroki Munehiro, alcaide del castillo, le permitió acudir con la condición de que se colocase detrás de él y no dijera nada, como un simple observador. La reunión empezó en el salón de audiencias con todos los líderes de los clanes presentes: Sakoda, Shiromiya, Arai, Date, Nomoya y Kuroki. Llegado el momento, Okura expresó, a través de su padre, la idea de quedarse en el castillo y resistir hasta que llegasen refuerzos, pero el señor Tadano no quiso oír hablar de una proposición que supondría una mancha para su honor, además de ser tachado de cobarde. Viendo la rotunda negativa del daimio, el samurái desistió en su afán de convencer a su señor.
Acto seguido se discutió quiénes serían los escogidos para luchar en los duelos tradicionales, los cuales siempre eran a muerte, que se entablaban antes de una gran batalla entre los mejores guerreros de cada bando. Estos desafíos eran muy importantes pues representaban lo mejor de los dos ejércitos. Perder un duelo significaba una gran afrenta al honor del ejército y una gran inyección de moral para el que lo ganaba. Era una tradición de tiempos antiguos, cada vez menos respetada. El escogido para el segundo duelo fue el hermano mayor de Okura y Kyosuke: Kuroki Tadanobu, cuya destreza en combate era bien conocida en toda la región.
Finalmente, se habló sobre la disposición de las tropas en la llanura que había delante del castillo. Aunque la superioridad numérica de las tropas de Ishizaki era abrumadora, se decidió una formación en forma de «U», con las tropas de a pie y a caballo en el frente y los arqueros en los flancos. El objetivo era envolver la vanguardia del ejército enemigo y así retenerlo el tiempo suficiente hasta que llegasen las tropas del hermanastro del señor Tadano para ayudar a decantar la balanza a su favor.
La noche pasó deprisa y llegó el alba. Togama había sido convocado por el sumo sacerdote del castillo para realizar una ceremonia en honor a Hachiman, kami de la guerra, para que elevase la moral de las tropas. Pero al salir del pequeño santuario del bosque a su cuidado, el joven kannushi descubrió algo al lado del camino que le hizo estremecer: una liebre blanca muerta. Según los conocimientos de Togama, aquella señal significaba un mal presagio. Murmuró una silenciosa plegaria y pidió a los dioses que no fuera más que un simple suceso sin importancia. Una vez llegó al centro del pueblo, participó en el ritual de adoración mediante una danza kagura y tras algunos intentos fallidos, la unión de sacerdotes sintoístas y budistas logró captar la atención del kami, que les concedió su favor para la batalla.
Mientras tanto, todos los guerreros se fueron preparando para el combate a su manera: unos afilaban sus lanzas y katanas, otros sacaban brillo a sus armaduras... Los más fervorosos hacían ofrendas a los kami para que los protegiesen y los guiasen. Mientras Okura atravesaba el pueblo en dirección a la llanura con el resto de guerreros del clan Kuroki, vio unos niños corretear cerca de donde estaba y se le ocurrió una idea. Se les acercó y les prometió unas monedas de cobre si le hacían un favor. Los niños asintieron al momento y el samurái les pidió que vigilasen la parte trasera del bosque y le informasen si veían tropas enemigas. Tenía la sensación de que aquella zona podía ser peligrosa y que unos «vigilantes» fuera de lo común pasarían inadvertidos fácilmente. Al mismo tiempo, Kyosuke ponía a punto a sus tropas y les hizo una arenga lo mejor que pudo. Los ashigaru no tenían otra opción que obedecer las órdenes que se les daban, pues ese era su deber como soldados rasos, pero a Kyosuke le pareció que un poco de motivación extra vendría muy bien para lo que estaba a punto de acontecer.
Los tres duelos
Finalmente, llegó el momento de la gran batalla. Un poco después de la salida del sol, una espesa neblina procedente del mar, bastante más gruesa de lo habitual para aquella hora, envolvía el campo de batalla. El ejército del señor Tadano tomó posiciones junto a la explanada frente a la fortaleza. A sus espaldas y como muro tenían el río Aso con un único puente que daba acceso al pueblo y la fortaleza de Numazu. Eso podía jugar a favor o en contra dependiendo de la situación. Una vez estuvieron todos situados, el ejército Ishizaki apareció a lo lejos, aproximándose como si fuera una gran marea de estandartes verdes. Una vez reunidos los dos ejércitos, una pequeña comitiva emergió de cada uno de ellos con los guerreros escogidos para luchar en los duelos. Mientras los escogidos se preparaban, un sentimiento de incertidumbre iba tomando forma a lo largo del ejército de Tadano: la ausencia por completo del clan Arai. Se esperaba que aparecieran para prestar sus hombres al ejército del daimio y, además, se suponía que uno de sus guerreros debía participar en uno de los duelos.
El primer duelo se saldó con la victoria de los Tadano. El samurái del bando defensor despachó sin muchos problemas a su oponente y una gran cantidad de vítores se oyó por todo el ejército del daimio. Después de retirarse a su escuadra, le tocó el turno a Kuroki Tadanobu.
—¡Soy Kuroki Tadanobu! —vociferó dirigiéndose al ejército enemigo—. En los últimos años he cortado veintisiete cabezas de samuráis vasallos del clan Ishizaki en las escaramuzas libradas en la frontera. Y yo mismo derroté a vuestro afamado general Taniguchi Hisamura, por lo que mi señor me otorgó el mando de la caballería de su ejército. ¡Que se acerque aquel que quiera probar el filo de mi katana!
—¡Yo lucharé contigo! —gritó un samurái mientras emergía del extenso frente enemigo—. He vencido a once hombres en duelo singular. En el asedio de Odawara conquisté las almenas sur del castillo y la sangre de mis enemigos tiñó de rojo la muralla. En Izu capturé al líder de los insurgentes y le hice pagar por su afrenta a mi señor, el gran Ishizaki, que me recompensó con esta katana de excelente manufactura. ¡Mi nombre es Kagetsuna! ¡Tu cabeza pronto será uno más de mis trofeos!
Kagetsuna no parecía gran cosa, era de complexión media y una altura similar a la de Tadanobu. Pero el Kuroki sabía por experiencia que el verdadero peligro residía en la habilidad con la katana. El combate se inició lentamente, con los dos contrincantes andando en círculos, estudiando las facciones del adversario en busca de alguna señal que les permitiera saber en qué momento iban a atacar. De repente, el vasallo de Ishizaki acometió sin previo aviso contra el hermano mayor de Kyosuke, que logró mantener su posición y defenderse del rápido golpe de su oponente. Al primer entrechocar de metal contra metal le siguió una rápida sucesión de mandobles a gran velocidad. El nivel de ambos duelistas era elevadísimo. Los ashigaru más novatos tenían dificultades para seguir el ritmo de la lucha e incluso ver el filo de las espadas en movimiento. Al cabo de unos segundos de intercambiar mandobles, se separaron y permanecieron inmóviles mientras recuperaban el aliento. Todo el mundo contenía la respiración, nadie hacía ruido alguno. Cuando volvieron a atacar, Tadanobu fue el primero en acometer. Después de varios ataques, ambos contrincantes habían perdido la katana y luchaban ahora con sus wakizashi. Más tarde, Kagetsuna vio una pequeña brecha en la guardia de su oponente y, aprovechándose de ello, hizo una finta e interpuso su pie entre las piernas del samurái vasallo de Tadano, provocando que trastabillara y finalmente cayera sobre sus espaldas. El corazón de todos los soldados del daimio pareció detenerse durante unos instantes, durante los cuales, y en contrapartida, los guerreros Ishizaki estallaron en vítores al ver que el final del samurái abatido estaba cerca. Su adversario se aproximó lentamente, saboreando su posición dominante. Al percatarse de que su rival hacía esfuerzos por levantase, se abalanzó para asestarle el golpe final, pero poco se podía imaginar que a su adversario aún le quedaba un poco de aliento. Así que, sin dar tregua alguna, el Ishizaki atacaba una y otra vez desde su posición ventajosa mientras que el samurái tumbado no tenía otra opción que rodar y bloquear a duras penas los ataques. El final del hermano mayor de los Kuroki parecía cada vez más cerca, y su contrincante sabía que era cuestión de tiempo, así que, en sus ansias de terminar el combate cuanto antes, sus ataques se hicieron más y más irregulares y sin control. Tadanobu se dio cuenta y aguardó al nuevo ataque de su rival. Justo entonces se inclinó hacia un lado y le propinó una patada al tiempo que, aprovechando el momento de sorpresa, desarmó a su oponente de un golpe y envió la espada corta un par de metros atrás. El samurái de verde fue entonces a recoger su katana pero cometió el gran error de darle la espalda a su oponente quien, con una agilidad repentina, se puso de pie de un salto, dio una zancada hacia su rival y antes de que pudiera reaccionar siquiera, le rebanó la cabeza de un tajo limpio y preciso. Lo último que vieron los ojos del guerrero Ishizaki fueron cómo el mundo rodaba vertiginosamente a su alrededor mientras su cabeza giraba por el aire.
Poco a poco, todos los presentes dejaron soltar el aire que habían estado conteniendo durante toda la lucha. Gritos de júbilo por parte de los Tadano resonaron por todo el campo de batalla mientras una sensación de impotencia y rabia recorría el bando contrario.
Llegó entonces el momento de librar el duelo en el que debía participar el samurái del clan Arai. Pero nadie se presentó. La traición era clara. Aun así, la ausencia de los Arai no pareció impresionar al daimio que, rápidamente, formó un consejo de urgencia con sus asesores y generales para escoger a un combatiente que ocupase su lugar. Okura vio entonces la posibilidad de luchar contra su enemigo acérrimo, ya que el duelista del ejército enemigo no era otro que Ishizaki Akira. Así que se acercó rápidamente al daimio y, saltándose el protocolo, se postró a los pies de su señor y le rogó que le dejara ocupar el lugar que había dejado el traidor. El señor Tadano se quedó unos segundos pensativo y acto seguido anunció su decisión. La sorpresa de Okura se mostró en su cara cuando el elegido fue otro samurái del ejército y no él. A pesar de ello, insistió al daimio pero al ver que su rostro iba tomando un tono airado, el samurái pensó que era mejor no insistir más.
Okura y Kyosuke observaron atentamente el desarrollo del tercer y último duelo. Los dos se imaginaron a ellos mismos luchando contra su enemigo acérrimo. El samurái escogido resultó ser un duro rival contra Akira, que vio cómo iba perdiendo fuerza contra sus duras acometidas. Abrumado por la dureza del combate, el hijo del daimio Ishizaki aprovechó una brevísima pausa que hicieron los dos duelistas para dar media vuelta y echar a correr hacia los suyos, para sorpresa de todos los presentes. El samurái vasallo de Tadano corrió tras él, pero se encontró ante una oleada de flechas lanzada por los propios Ishizaki que lo obligó a retirarse de la refriega. Akira consiguió escapar del duelo, pero no se libró de los gritos de abucheo manifestados por los Tadano, que contemplaron cómo la última oportunidad de los Ishizaki para conservar el honor se desvanecía entre la densa neblina que cubría el campo de batalla.
Empieza la batalla
Infundados de moral y rabia por los combates ganados y la insultante actuación de Ishizaki Akira en el último duelo, los defensores Tadano adoptaron posiciones de batalla, preparados para darlo todo y resistir ante la marea verde que tenían delante. Cuando los generales de ambos ejércitos dieron la señal, todas las tropas cargaron hacia sus enemigos.
La escuadra de veinte hombres que lideraba Kyosuke trabó combate contra otra escuadra de ashigaru dirigida por un samurái enemigo a caballo. El entrenamiento previo a la batalla del menor de los Kuroki había dado sus frutos, pues la habilidad de los soldados a sus órdenes demostró ser superior a la de sus adversarios. Tras una buena carga inicial, Kyosuke aprovechó para despachar sin problemas al samurái que lideraba la unidad enemiga, que se vio abrumado por la supremacía de los discípulos del samurái Kuroki. Debido a las numerosas bajas sufridas, la unidad enemiga empezó a batirse en retirada, pero Kyosuke no tuvo clemencia y se dispuso a cargar contra los huidizos soldados.
Cuando hubo acabado con el último ashigaru enemigo, echó una ojeada a su alrededor para ver cómo marchaban los combates en otros frentes de la batalla. En general, el ejército del daimio parecía tener la situación bajo control y además estaban haciendo retroceder al enemigo. De hecho, vio que toda la mitad derecha del frente de batalla enemigo, al otro extremo de la llanura, se batía en retirada como si huyera del ejército de Tadano. Todos los comandantes de las unidades de ese lado del campo empezaron la persecución hacia posiciones Ishizaki con la intención de aniquilar a los combatientes restantes. Sonriendo con satisfacción, Kyosuke vio cómo la mitad del ejército se internaba entre las colinas y dio por hecho que, contra todo pronóstico, la batalla ya estaba ganada.
Una sorpresa desagradable
Okura permanecía junto a su pequeña unidad de diez lanceros en la retaguardia, defendiendo el pequeño campamento donde el daimio y su cuartel general emitían las órdenes de batalla. De repente, oyó el sonido de caballos al galope a sus espaldas. Dos unidades de caballería con el estandarte de los Arai surgió del bosque que había detrás del castillo, al otro lado del río, cargando en dirección al puente. Les seguían dos unidades de ashigaru lideradas por samuráis. Si aún quedaba alguna duda de la lealtad del clan Arai hacia los Tadano, ahora había quedado despejada del todo. Se empezaron a lanzar órdenes a gritos entre las unidades del daimio y la de arqueros situada en la retaguardia de la primera para detener el avance de los traidores.
Togama saltó entonces de la tarima donde había participado en la ceremonia de adoración a Hachiman, montó sobre su caballo y se puso al mando de la pequeña unidad de arqueros asignada a la defensa de los religiosos. Espoleó a su caballo y ordenó a los arqueros correr por la calle del templo hasta situarse en medio del camino, listos para disparar en cuanto tuvieran la oportunidad. Por su parte, Okura cruzó el puente con su unidad de lanceros y se plantó allí para impedir que las tropas de los Arai pudieran atacar el campamento del daimio. Entonces, se le ocurrió una idea para ganar tiempo hasta que llegaran refuerzos. Cerró los ojos e invocó la ayuda de Marishiten, uno de los tres budas celestiales. Gracias a su ferviente plegaria, la diosa creó un espejismo para confundir a sus enemigos. Y así, dos pequeñas escuadras ilusorias idénticas a la suya tomaron forma frente a la entrada del puente.
Al mismo tiempo, el daimio envió un mensajero a las unidades de la llanura para que fueran a ayudar en la retaguardia. Solo el grupo de Kyosuke respondió. Las demás escuadras estaban ocupadas en el combate o demasiado lejos como para llegar a tiempo. Aun así, su escuadra inició la larga carrera a contrarreloj para poder socorrer al daimio.
Volviendo al combate de Okura, la situación se le estaba yendo de las manos por momentos. Los espejismos no parecían haber tenido más efecto que el de la sorpresa inicial y las unidades de caballería enemiga los hacían desaparecer sin ninguna dificultad pues, al ser ilusiones, con un golpe bastaba para desvanecerlas. Sin embargo, estos instantes que ganó el mediano de los Kuroki fueron de un valor incalculable pues le permitieron reagruparse con la unidad de Togama en el puente que daba acceso a la llanura de la batalla y donde se encontraba el daimio. De este modo, la unidad de infantería formó un cuello de botella en el puente contra los jinetes del clan Arai y los frenaban en espera de que llegara Kyosuke con sus hombres. Con lo que no contaba Okura era con las unidades de infantería de los Arai que, al verse privadas del acceso a su enemigo, decidieron empezar a prender fuego a las casas del pueblo y al templo donde había rezado Togama y los demás sacerdotes. Al perder a su último arquero, Togama se refugió tras la unidad de Okura y cruzó el puente que conducía a la llanura.
Atrapados entre dos frentes
Finalmente, llegó la unidad del menor de los Kuroki. Con su escuadra de cuarenta hombres unida a la diezmada escuadra de Okura, la defensa del puente parecía insuflar un poco más de optimismo. Pero en ese instante, una nube de polvo y un estruendo de caballos y gritos se empezó a ver y oír y a lo lejos en la llanura. Una estampida de caballería enemiga que precedía a un enorme pelotón confuso de infantería se acercaba rápidamente en dirección al puente y al campamento del daimio. Dándose cuenta de la peligrosa situación que estaba a punto de venírsele encima, Kyosuke se apresuró a despachar a las tropas del puente. Sin embargo, la caballería de los Arai resultó ser un hueso duro de roer. Okura se dirigió con su caballo en ayuda del daimio y por el camino disparó su arco contra varios de los ashigaru enemigos que estaban incendiando las casas del pueblo, al otro lado del río. Mientras, las unidades de caballería Ishizaki se aproximaban más y más, hasta que se produjo la peor situación posible. Una gran unidad de caballería enemiga cargó contra retaguardia de la unidad de infantería de Kyosuke, y tanto él como sus soldados quedaron atrapados sobre el puente entre dos frentes. Por si fuera poco, otra unidad de samuráis enemigos a caballo cargó contra el cuartel general del daimio, que quedó entre la espada y la pared, o más bien entre la espada y el río. Los guardaespaldas del señor Tadano empezaron a darlo todo para proteger a su señor.
Kyosuke necesitaba ayuda urgentemente. El hecho de que las tropas estuvieran fatigadas debido a la carrera para llegar hasta el daimio había afectado seriamente a su rendimiento. Además, al echar la vista atrás por encima de la caballería enemiga, se fijó en que el extraño pelotón de tropas de a pie enemigas iba a caer sobre ellos de un momento a otro y cuando eso ocurriera sería el fin para todos. Tanto Okura como Kyosuke se quedaron atónitos al ver que de aquel enorme pelotón de guerreros, medio ocultos por la neblina que cubría la llanura, sobresalían los estandartes verdes del clan Ishizaki mezclados con los estandartes amarillos del clan Tadano. Además, Okura empezó a sentir un inquietante picor en los brazos. Y eso solo le ocurría cuando alguien usaba las artes oscuras en las cercanías...
Por fortuna, los dos samuráis vieron cómo al otro lado del pueblo las puertas del castillo se abrían para dejar salir una unidad de caballería con estandartes del clan Tadano. Alguien había enviado una señal de auxilio al castillo y este había respondido enviando al padre de Kyosuke y Okura a rescatarlos. El líder del clan Kuroki y alcaide del castillo de Numazu cargó a la cabeza de la unidad contra la retaguardia de los Arai que estaban en el extremo oeste del puente, dando lugar a una escena casi imposible. Un doble cuello de botella. En centro del puente, luchando, los traidores y los defensores. Y en la retaguardia de ambos, más defensores y los enemigos, respectivamente. La desesperación se estaba haciendo presente entre los pocos fieles al clan Tadano que quedaban. Las tropas de a pie que venían con los Ishizaki estaban a punto de llegar a la posición donde se encontraban todos. Kyosuke empezó a rezar mentalmente, ya dando por sentado que no saldría vivo de allí, mientras los guardaespaldas del daimio iban cayendo como moscas.
La ayuda del kami
Súbitamente, se dejó de oír el fluir del río bajo el puente. Kyosuke, a lomos de su caballo y con mejor perspectiva, divisó que el cauce del río se había detenido unos metros por detrás del puente, justo detrás del campamento del daimio, como si una pared invisible bloqueara la corriente. Togama había conseguido contactar a toda prisa con el kami del río para suplicarle que detuviera sus aguas y permitiera cruzar al señor Tadano. El kami del río se aprovechó de la circunstancia y pidió a cambio nada menos que un santuario para él solo. Sin embargo, Togama se vio sin posibilidad de negarse por muy abusivo que fuera el trato. La vida del daimio estaba en juego.
—¡¡¡Cruzad, deprisa!!! —gritó Togama con toda su alma a los últimos defensores del daimio.
El líder del clan Tadano no se lo pensó dos veces y cruzó el río con el último guardaespaldas que quedaba, acompañado de Okura y Togama. No obstante, Kyosuke seguía bloqueado en el combate del puente. Pero con renovados ánimos al saber que su señor estaba a salvo, la unidad de caballería liderada por su padre, Kuroki Munehiro, hizo un último esfuerzo y logró abrir una brecha lo suficientemente amplia para que la unidad de Kyosuke pudiera avanzar a través de ella. Una vez estuvieron fuera de la superficie del puente, toda la corriente acumulada del río fue liberada con una fuerza desmesurada, creando una ola gigantesca que barrió el puente y se llevó por delante a todos los pobres desdichados que aún permanecían sobre él. Sin casi mirar atrás, los últimos defensores se apresuraron a refugiarse en el castillo, atravesando el pueblo en llamas y matando a cualquier samurái del clan Arai que osó cruzarse en su camino.
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Y así, entre los gritos y la confusión de la retirada apresurada, termina el relato de la batalla de la llanura de Numazu. Antes, empero, os dejo con un esquema básico de los últimos momentos de la batalla y el cuello de botella en el puente para que se entienda mejor. En el próximo episodio: ¡el asedio a la fortaleza de Numazu!
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Si tenéis curiosidad por saber cómo fue toda esta partida de rol respecto a las reglas y las decisiones del director de juego, podéis consultar esta entrada: La batalla en la llanura: notas del máster. ¡Continúa con la aventura en el próximo episodio: El asedio de Numazu!