Las puertas de la fortaleza se cerraron a toda prisa tras los samuráis y así escaparon por los pelos de las garras del ejército de Ishizaki (ver capítulo anterior). Una vez a salvo, todos los defensores restantes se prepararon para resistir el asedio del castillo. Carecían de las tropas necesarias para hacer frente al superior ejército enemigo y tampoco habían podido hacer los preparativos necesarios para reforzar las defensas. Su única esperanza era que las tropas del hermanastro del señor Tadano, el señor Hosokawa, llegaran a tiempo desde la región occidental de la provincia para ayudar a los defensores. De lo contrario... no tendrían ninguna oportunidad.
Los supervivientes de la batalla se reducían básicamente a los efectivos que se habían quedado en el castillo y los que habían logrado escapar antes de que llegara la caballería de Ishizaki. A cada uno de los tres samuráis se les asignaron quince arqueros, así como a cada uno de los comandantes equitativamente distribuídos a lo largo de las almenas. Esto daba lugar a una guarnición casi irrisoria, cuya misión era rechazar al ejército Ishizaki y... ¿también al ejército Tadano? Nadie sabia qué había pasado realmente durante la contienda en la llanura, pero cuando los Ishizaki se retiraron tras el choque inicial, parecía que después habían regresado con aún más tropas. Incluso se vieron estandartes amarillos de Tadano ondeando entre los sashimono verdes de Ishizaki. No tenía ningún sentido que se hubieran pasado al bando enemigo y, sin embargo, aquella era la realidad a la que se enfrentaban.
Cuando todas las tropas estuvieron listas y en sus posiciones, vieron aproximarse al ejército enemigo: una marea verde-amarilla que avanzaba implacable. Sus números llegaban hasta donde alcanzaba la vista. Aun así, esta visión no amedrentó a los defensores, pues estaban dispuestos a dar hasta el último aliento para defender a su señor.
El enemigo rodeó la fortaleza de Numazu. Poco después, una avanzadilla empezó a verter sacos de tierra en un punto del tramo oriental del foso con el objetivo de crear una segunda entrada. De inmediato, Kuroki Munehiro dio la orden de disparar a discreción. Sin embargo, aunque muchas flechas impactaban y se hundían en los soldados, parecía como si no les afectaran en absoluto. Mientras las primeras flechas salían disparadas, un hormigueo recorrió el cuerpo de Okura.
—¡Malditos Ishizakis! —exclamó mientras se rascaba el brazo y observaba desde la muralla—. Esto también es cosa de su magia negra, ¡la misma que han usado para engañar a nuestras tropas y que se unan a ellos!
Pero no había mucho tiempo para pensar, pues las tropas de los estandartes verdes respondieron a la oleada de flechas con una propia. Y se notó el efecto de la superioridad numérica. Un torrente de proyectiles procedentes de todos los frentes barrió a un buen número de defensores. La unidad que comandaba Kyosuke fue diezmada a causa del abrumador contraataque. El menor de los tres Kuroki no salió del todo indemne y sufrió una herida seria en la pierna que le dificultaba el movimiento. Su primo Togama, que se encontraba cerca de Kyosuke, vio la situación en la que se encontraba este y acudió rápidamente a su rescate. Los pocos ashigaru restantes de la escuadra de Kyosuke se unieron a la escuadra de su primo sacerdote y formaron una nueva unidad. Uniendo sus fuerzas, consiguieron abatir a un general que ya había conseguido llegar hasta las almenas, pero no lograron dispersar a su escuadra. Por su lado, a Okura todo parecía irle estupendamente. No solo no había perdido a ninguno de sus soldados sino que, además, su unidad había logrado rechazar a una unidad enemiga sin que lograra siquiera acercarse al foso. Volviendo a los dos primos del frente oeste, la unidad que tenían enfrente no logró reunir el valor necesario sin un líder que la comandara y los ashigaru se batieron en retirada. Sin embargo, no llegaron demasiado lejos pues fueron arrasados por la unidad conjunta de los primos Kuroki y sus certeros disparos. Aprovechando que tenían unos momentos de resuello, Kyosuke se aplicó unos vendajes en la herida de la pierna que le permitieron estabilizarla y poder moverse, aunque cojeando.
Los disparos de flechas continuaron durante el resto del día. La infantería enemiga trataba de acercarse a las murallas y escalar los muros protegida por las andanadas de sus unidades de arqueros. Sin embargo, los defensores lograron rechazar los asaltos una y otra vez, hasta que bien entrada la tarde, las tropas enemigas se retiraron y los agotados defensores pudieron reponerse y tratar a los heridos. A sabiendas de las tácticas usadas por los Ishizaki y el planteamiento general de la batalla, el siguiente día, las tropas leales a Tadano se prepararon concienzudamente para hacer frente a las próximas oleadas. Los tres Kuroki redistribuyeron a los ashigaru que tenían a sus órdenes en dos unidades: una grande liderada por Kyosuke y Togama, y otra más pequeña a las órdenes de Okura. Esta vez, todas las unidades se pusieron más a la defensiva y se concentraron en rechazar a los que subían con escalas o trepando por el muro y disparar alguna que otra flecha. Resguardándose bien, las tropas defensoras sufrieron bajas mínimas y pudieron aguantar otro día más.
Pese a ello, el brutal ataque del invasor estaba haciendo mella en los defensores. Y los atacantes parecían no tener ninguna intención de dar tregua. Además, a Togama le atacó un espíritu maligno que pudo derrotar gracias a la ayuda del kami protector de su abuelo. Cada vez había menos hombres en las murallas y se hacía muy difícil mantener el enemigo a raya. Hacia el final del tercer día, la unidad de Kyosuke sufrió tres bajas que dejaron al enemigo en una posición ventajosa, con lo que se vio obligado a reagruparse y ceder terreno. Al otro lado de la fortaleza, Okura estaba pasando apuros para sobrevivir ante la abrumadora ofensiva que se le echaba encima. Momentos más tarde, sonó la caracola de aviso que señalaba la orden de retirarse hacia la segunda muralla interior del castillo y abandonar la lucha en la muralla exterior. El enemigo había conseguido tomar el tramo que defendía Okura y la muralla exterior ya se daba por caída. Kuroki Munehiro, el padre de Okura y alcaide del castillo, se alzaba en lo alto de la rampa que conducía al portalón de las murallas interiores, esperando a que sus tropas entrasen para acto seguido atrancar la puerta. Cuando Kyosuke y Togama pasaron corriendo a su lado con los arqueros supervivientes, este les echó una mirada inquisitiva que Kyosuke entendió muy bien: «¿Dónde está Okura?». Su hijo adoptado le respondió con una mirada de impotencia y desconocimiento mientras atravesaba el portón con el resto de tropas. Al ver al ejército enemigo extenderse por todo el patio de armas y ascender por la rampa, el alcaide traspasó el portón. A regañadientes, dio la orden de cerrar las puertas tras de sí.
¿Qué le había sucedido a Okura? ¿Habría muerto defendiendo su tramo de la muralla exterior? ¿Y llegarían a tiempo las tropas del señor Hosokawa para salvar a nuestros protagonistas de una muerte segura?
Descubre cómo continúa la historia en el próximo capítulo de la campaña de samuráis: la última orden del daimio. Y si te ha gustado el relato, ¡deja un comentario para hacer feliz a nuestro cronista!